Final de Champions 2016: la gran revancha madrileña

Final de la Champions.
Final de la Champions.
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Final de la Champions.

El 30 de abril de 2014, el Atlético logró la clasificación para la final de la Champions por segunda vez en su historia. En el partido decisivo le esperaba nada menos que su vecino, el Real. Por primera vez en la historia, el cetro continental se lo iban a disputar dos equipos de la misma ciudad.

Era un partido especial, pues a la inmensa alegría de levantar la Orejona se sumaba hacerlo ante un rival tan especial. Para el aficionado, con más motivo si cabe, poder recordarle siempre a tu vecino, tu compañero enfrente en la oficina, tu cuñado, que esa Champions se levantó ante ellos. Un doble o nada.

En la mente de todos estaba claro que era un partido irrepetible, pues derbis hay muchos, pero en una final de la Champions era casi imposible que se volviera a dar.

Y aquí estamos. Apenas dos años después tenemos otro derbi en una final de la Champions. Es la gran revancha. El partido que todos deseaban cuando se sortearon las semifinales, pero a la vez el que todos temían. Otra vez a aguantar un partido lleno de tensión, con tu hermano al lado con la camiseta del equipo rival. Porque este partido tiene eso, la rivalidad se tiene que quedar en el campo por obligación, prácticamente todos los aficionados del Real y Atlético tienen un familiar, un gran amigo, un compañero de trabajo… o una pareja que son del equipo contrario.

Esa cercanía entre ambos equipos, esa rivalidad bien entendida, hizo que Lisboa fuera una fiesta en 2014. Todos a muerte con su equipo, tensión lógica antes y durante el partido. Y, al final, la deportividad más absoluta. No puede ser de otra manera.

En la memoria de todos está el gol de Sergio Ramos, no puede ser de otra manera, pues apenas han pasado dos años. El Atlético acarició en aquella ocasión su primera Champions, la llegó a tocar con los dedos, los aficionados veían a su capitán levantando la ansiada copa. Y entonces llegó la cabeza salvadora del central que suponía el empate. Había una prórroga, pero todos sabían de alguna manera que el partido se había acabado ahí.

Ese remate del camero está grabado a fuego en la mente de todos los colchoneros y el destino les brinda la ocasión de vengarlo cuando la herida está aún reciente. Es un equipo distinto, pero posiblemente mejor. El camino hasta la final le ha hecho más duro, ha fortalecido a un equipo que cree en sí mismo sea quien sea el rival. El sello de Simeone.

El Real Madrid es el rey de Europa, y da igual cómo haya sido su temporada, siempre llega con la cabeza alta, las diez veces que ha reinado en el continente le hacen ser así. Su fuerza de voluntad es inquebrantable y las dudas en su juego se aparcan. Las finales son su terreno y es en ellas donde se siente fuerte. Su temporada ha sido errática, pero la llegada de Zidane ha sido un bálsamo. Sí, su camino ha sido más sencillo, pero a quién le importa eso una vez que eche a rodar el balón.

El técnico francés llegó a un equipo inmerso en una espiral de locura y problemas que iban más allá de lo que sucedía en el campo, un vestuario lleno de egos incontrolable para Rafa Benítez. Pero Zidane es Zidane. Su figura impone respeto, y a la vez ofreció calma. Se acabaron los problemas extradeportivos y el equipo se dedicó a jugar. Y una temporada para el olvido acabará en una final de la Champions.

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