La teoría del balón justiciero

Míchel, en la banda del Málaga-Barça.
Míchel, en la banda del Málaga-Barça.
EFE
Míchel, en la banda del Málaga-Barça.

Tuvo que ser Míchel. Y tuvo que ser Sandro. Por un lado, un madridista emblemático, excompañero de Luis Enrique y candidato a todos los banquillos que se vacían, incluido el del Real Madrid, cada vez más cerca. Por otra parte, un chico criado en La Masía al que el entrenador no encontró acomodo en el primer equipo. No se me ocurre mejor tarjeta de presentación para los dioses del fútbol, deliciosamente perversos. No hay factura que dejen sin pagar ni venganza por cumplir. Este deporte no es el arte del gol, sino del despecho.

Y además tuvo que ser en Málaga, en la tierra de Juanito, al que se rindió homenaje hace pocos días en el 25 aniversario de su muerte, qué viejos nos hacemos. Demasiadas señales como para creer en las coincidencias. Había un círculo por cerrar y el compás completó el giro. No sólo el balón es redondo.

La derrota del Barcelona en La Rosaleda define un carácter. Hubo un tiempo en que el victimismo era una actitud que distinguía al Barça del Real Madrid; Mourinho, con el consiguiente respaldo institucional, se encargó de borrar las diferencias. Lo que persiste como elemento exclusivo es la facilidad del Barça para la autocombustión. Al Madrid hay que apartarlo de la carretera con embestidas de tráiler; el Barcelona se aparta solo y tira los cigarros al paso de las gasolineras. La derrota en Málaga simboliza su pésima gestión de la felicidad. Piqué es un ejemplo permanente y Neymar, un aprendiz cualificado. Lo hizo muy bien el Málaga y no se puede negar, pero el Barcelona se disparó cuidadosamente al pie, bang. Todo lo demás también es cierto: el penalti no pitado y la falta de banquillo.

Habrá quien diga ahora que el derbi terminó bien para el Real Madrid, pero la verdad es que los derbis no se acaban nunca. Cuando pensamos que la cuestión quedaría zanjada con un empate con sabor a final de Champions, Griezmann reanudó el partido en la zona mixta. Le preguntaron por un futuro de blanco y respondió que no descarta nada. De inmediato se movilizaron las agencias de inteligencia y los departamentos de filología. Estamos tan poco acostumbrados a que los futbolistas añadan novedades a su discurso que cuando lo hacen recurrimos a la máquina Enigma, como si en sus palabras se encerraran significados múltiples y profundos. Lo mismo nos sucedió cuando Zidane admitió dudas sobre su continuidad. Nos lanzamos a suponer.

Tengo la impresión de que nos equivocamos al analizar ciertas declaraciones como si fueran manchas de sangre en la escena del crimen. Los maestros del regate no tienen por qué serlo también del doble sentido o del mensaje cifrado. Más bien al contrario: el futbolista no oculta sus instintos básicos, los exhibe: Lamborghini, abdominales, tatuajes…. Griezmann resaltó una obviedad que se resumen en dos palabras: soy profesional. Y Zidane constató la evidencia de que sin títulos no hay paraíso.

Ahora bien. Lo que sí se puede detectar es que la atmósfera que rodea al Real Madrid a la altura de la planta noble se está cargando de impaciencia. Es conocida la obsesión por disponer cada verano del último cromo. Tan conocida como inexplicable. Alguien olvida que el equipo es vigente campeón de Europa, virtual ganador de la Liga y máximo favorito en los cuartos de Champions que se aproximan. El interés por Theo no solo potencia la imagen invasora del club, sino que deja a Marcelo en situación incómoda. El caso Griezmann, de existir, tampoco alegrará a los delanteros. Es un milagro que Keylor se sobreponga al constante rumor de Courtois o De Gea. Algo no funciona si el entrenador que ganó la Champions hace diez meses no se siente autorizado en abril para diseñar la próxima pretemporada.

Al final, nos encontramos con que los principales enemigos de los grandes clubes son ellos mismos. Aunque abundan las teorías conspirativas (prensa, fiscalía, árbitros), la peor zancadilla siempre se la pone uno mismo. Lo que no saben estas magnas instituciones, o lo que olvidan con facilidad, es que cualquier afrenta contra el sentido común lo es contra los dioses del fútbol y será castigada convenientemente y cuando corresponda. La pauta no cambia: primero te clavan la aguja del compás en el centro del corazón y luego se completa el círculo. Es un hecho demostrado que el autocorrector funciona mejor en el fútbol que en la vida.

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