Messi contra Maradona y Benzema frente al mundo

Benzema celebra un gol.
Benzema celebra un gol.
EFE
Benzema celebra un gol.

Hemos llegado a un momento en que Messi solo le marca goles a Maradona. Y por extensión, naturalmente, a todos los aficionados que siguen sin reconocer su supremacía, más por defender la nostalgia que por verdadera convicción. Sé de lo que hablo porque yo fui, hasta hace muy poco, uno de los atrincherados en el fortín de la melancolía. Es probable que Maradona tuviera una mayor expresividad artística, pero hasta en eso podríamos estar equivocados. Tal vez la diferencia no se localice en la interpretación más o menos exquisita del juego, sino en la particular fisonomía de cada uno. Maradona era Mafalda con una peluca rizada y Messi es un tipo tan convencional que cuesta hacerle una caricatura.

El encanto de Diego era la travesura, el arrabal y su fragilidad ante tragahombres como Goicoechea o Gentile. También le favorecía la moda de los ochenta, aquellos escuetos pantalones que estilizaban las piernas a costa de amenazar los órganos reproductivos. Messi se ha enfrentado al mito de Maradona sin rizos, sin arrabal y sin verse amenazado por cazadores como los de entonces (la televisión coarta más que los árbitros). Y lo ha hecho, además, con unos pantalones que le cubren las rodillas y que podrían guarecer a una camada de gatitos.

Salvada la desventaja estética (y la albiceleste al margen), Messi desborda en producción a Maradona sin perder genialidad. Contra el Celta amplió su catálogo de prodigios con dos goles excelentes (547 y 548); en el primero ignoró a los contrarios y en el segundo, al portero. Añadan dos asistencias para un total de trece, notable complemento para sus 38 goles en lo que va de temporada (números de Russel Westbrook).

El desafío del Barcelona será repetir ahora exhibición y marcador (5-0) frente al París Saint-Germain, el miércoles que asoma. La desconfianza, en este caso, no viene generada por la capacidad del trío Messi-Suárez-Neymar para marcar los cinco goles requeridos, incluso seis, sino por la competencia del sistema defensivo para evitar uno o dos. Les recuerdo que el 6-2 es una orgía que eliminaría al Barça.

Luis Enrique, por cierto, afronta el que podría ser su último encuentro con el Barcelona en Champions. Valverde y Sampaoli parecen los mejor colocados para sustituirle, pero si la idea es cambiar por completo de perfil y de talante el más apropiado sería Dani Rovira.

El Real Madrid, por su parte, aprovechó la visita a Eibar para acallar las críticas recibidas tras el agónico empate contra Las Palmas. Estos equipos son así. Nada les excita tanto como las dudas ajenas. No hay mejor ejemplo que Benzema. Disfruta despeñando a los críticos cada vez que van a alcanzar la cumbre. Cuando más arreciaban las críticas, marcó dos goles y puso el contador a cero.

Ahuyentados los acusadores, y para insistir en su buen ojo, Florentino le entregó ayer una camiseta en recuerdo a sus 350 partidos como madridista. La siguiente pregunta es dónde se guardan esas camisetas conmemorativas. Es obvio que no sirven para jugar (el 350 te doblaría la espalda), de modo que hay que suponer que reposan en un triste cajón o son orgullosamente exhibidas en una pared que se quedará pequeña si seguimos haciendo fiestas cada cincuenta partidos.

Si hablamos del equipo, más que destacar las ausencias de Cristiano, Bale y Morata, conviene consignar la presencia de Modric y Casemiro en el once inicial. Espero que no me tomen por un hereje, pero ahí está todo y lo demás es guarnición. Trufa negra, caviar iraní y soberbios espárragos de Navarra. Pero guarnición.

El futbolista más aclamado del Atlético-Valencia fue Fernando Torres, que no jugó. A sus incontables méritos deportivos hay que sumar ahora la resurrección. Resulta fascinante, porque todo en su vida es una sucesión de finales felices. Con cualquiera de ellos se cerraría una gran historia: el éxito en el Liverpool, el gol de la Eurocopa, la Champions con el Chelsea, el regreso al Atlético... Sin embargo, la novela prosigue.

Lo más comentado del recital rojiblanco será, probablemente, la celebración de Griezmann en su primer gol. El delantero francés se levantó la camiseta para felicitar a su novia ("Feliz cumple, gordita") y no fue sancionado ni por el gesto ni por el diminutivo. La razón es que no se pasó la camiseta por encima de la cabeza, pecado que sí cometió Juanmi cuando rindió homenaje al fallecido Pablo Ráez. Algo falla. O el reglamento o la sensibilidad de quien lo aplica. Tal vez ambas cosas.

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