Arturo Vidal, buenas piernas y mejor cabeza

Arturo Vidal celebrando su tanto contra el Hertha Berlin.
Arturo Vidal celebrando su tanto contra el Hertha Berlin.
EFE
Arturo Vidal celebrando su tanto contra el Hertha Berlin.

Si no lo han dicho, lo habrán escuchado muchas veces: qué pena que Arturo Vidal no tenga una mejor cabeza. Yo mismo he pronunciado la frase y la he dado por buena. De hecho, no creo que exista un solo análisis deportivo que en el repaso de las condiciones futbolísticas de Arturo Vidal no incluya algún episodio extradeportivo, preferiblemente el Ferrari que estrelló en 2015, en plena Copa América organizada por Chile, tan sobrepasado el límite de velocidad como el índice de alcoholemia.

El error es considerable y en este caso hablo del nuestro. Arturo Vidal no tiene una mala cabeza; diría que tiene la mejor posible. Y no es difícil de entender. De todas las vidas que se le ofrecieron en su infancia, Vidal escogió la única que le salvaba. De todos los muchachos que pudo ser, ha sido el más recto, honrado y provechoso para sí mismo y quienes le rodean. No es una práctica recomendable la de juzgar al prójimo, pero si la tentación es demasiado fuerte hay que tener en cuenta que para evaluar el desarrollo de una personalidad o de una carrera profesional hay que conocer el punto de origen.

Y es conocido el drama que vivió de niño. Su padre alcohólico prendió fuego a la casa cuando su madre le dijo que no volviera más. Con sólo 25 años, Jacqueline Pardo se hizo cargo de sus cinco hijos. En una entrevista de Javier Cáceres, Arturo Vidal subrayaba los principales recuerdos de su infancia: “El esfuerzo de mi madre por darnos algo sin tener nada, el frío y el hambre. Al verla llegar rendida de trabajar, decidí hacer tres, cuatro o diez veces más que los demás para hacerme futbolista profesional”.

En aquella época le apodaron "cometierra", pero bien pudieron llamarle "comemundo". Jacqueline utilizaba otro apelativo que haría más fama: “guerrero”. El caso es que el chico triunfó en el Colo Colo (tres títulos) y se marchó con veinte años al Bayer Leverkusen. Rudi Völler (ex de la Roma) debió utilizar su italiano más persuasivo más convencerlo.

Todo fue lanzado a partir de entonces, en Europa y con la selección chilena. Heynckes le templó y la Juventus le convirtió en estrella: cuatro 'scudetti' en cuatro años. Pirlo nunca tuvo mejores pulmones que cuando corría Vidal a su lado. El Bayern de Múnich, que ya se había interesado por él en los tiempos del Leverkusen, lo fichó por 40 millones de euros. El Rey Arturo regresaba a Alemania después de ganar una Copa América en la que había marcado tres goles y estrellado un Ferrari.

El mismo día que fue presentado con el Bayern su padre, Erasmo Vidal, fue arrestado por posesión de drogas. No hace falta mucho más para completar el retrato de un futbolista con la cabeza bien atornillada. Cualquier otro la hubiera perdido antes o cada fin de semana. Cualquier otro no hubiera soportado el contraste entre la nada y el todo. Se dice que Arturo Vidal se gastó 800.000 dólares en la celebración de su boda y ahora, visto globalmente, parece un buen lugar donde gastárselos. Formó una familia y a sus dos hijos, Alonsito y Elizabetta, se sumará pronto otro. Admirado en Múnich y temido por el Real Madrid, próximo rival en Champions, se dice que el Chelsea prepara una oferta para llevárselo el próximo verano. Tendría sentido. Allí entrena Antonio Conte, el técnico de sus éxitos en Italia.

Arturo Vidal trascendió su dimensión como futbolista cuando el pasado año se mostró a favor de que la bomba de insulina fuera incluida en la lista de medicamentos financiados por la sanidad chilena. La foto de su particular campaña, publicada en Twitter, no pudo ser más efectiva. En ella aparece con su hijo Alonsito, que es diabético y requiere ese mismo tratamiento, y con una bomba de insulina tatuada en el abdomen. La presidenta Bachelet, impulsora del proyecto, le agradeció el gesto y el compromiso.

Imagino que a estas alturas ya estarán de acuerdo conmigo. No hay como tomar perspectiva para darse cuenta de lo poco que vale un Ferrari y de lo mucho que cuesta mantener la cabeza en su sitio.

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