El Real Madrid consoló a Nadal

Nadal, durante la final en Melbourne.
Nadal, durante la final en Melbourne.
EFE
Nadal, durante la final en Melbourne.

No hay sentimiento más desolador que apreciar a tu adversario. Y no me refiero al aprecio solidario que se debe tener por cualquier rival. No hablo de 'fair play'. Hablo de admiración en grado superlativo, de empatía. Hablo de asumir que la derrota, caso de producirse, dolerá menos que otras y se olvidará antes que ninguna. Ustedes me perdonarán lo poco galante, pero no se puede competir al máximo nivel en semejantes condiciones, ni como deportista ni como espectador. No se puede representar la ceremonia de la guerra, aunque sea una guerra en pantalón corto, pensando que el otro tipo es encantador y tiene dos pares de gemelos, además de una calidad humana comparable a su revés.

Nadal, al menos, no pudo hacerlo, aunque se quedó cerca. Y sospecho que tampoco lo pudimos hacer muchos espectadores, incapaces de sentir la angustia de otras finales. Frente a Rafa, esta vez, no había un descuartizador como Djokovic o un escocés de mirada torva, jugadores con los que es fácil sentirse agredido y responder. Al otro lado de la red se encontraba un compañero de fatigas, un tenista al que se podía detestar cuando ejercía de Míster Perfecto, en Wimbledon y con su chaquetita blanca, pero no ahora, a los 35 años, tantos pañales después.

Juraría que la admiración mutua facilitó un reparto civilizado e inconsciente de los cuatro primeros sets, ventilados en tiempo récord para lo que suelen ser estas batallas. También diría, y es fácil que me equivoque, que en el quinto y definitivo a Nadal le faltó la rabia que hubiera sentido contra otro enemigo que le discutiera la copa. En los juegos decisivos (del 1-3 al 5-3) no se activó el instinto de supervivencia. Es un hecho conocido que Federer sabe jugar en condiciones de baja temperatura y Rafa no.

Que el triunfo fuera dictaminado por el Ojo de Halcón higienizó todavía más el desenlace. La prueba es que el discurso del campeón resultó más emotivo que su golpe final. Sin la cinta del pelo y sin la raqueta como espada, Federer nos presentó una nueva fisonomía, la del viejo Roger, alopecia incipiente, 18 Grand Slam y cuatro hijos. Tan imposible es odiar a ese tipo como librarse de la sensación que nos ha dejado el Abierto de Australia: Nadal ha vuelto y Federer se ha despedido.

Mientras Rafa se batía contra el ángel suizo, el Barcelona se presentaba en el Villamarín sin pizca de ganas de jugar al fútbol y sin mayor interés en ser líder momentáneo. Hay quien asegura que el equipo de Luis Enrique despertó cuando terminó el partido de tenis, pero, en realidad, fue entonces cuando los dos eventos quedaron conectados. Un Ojo de Halcón (o de avutarda) hubiera dado validez a un gol del Barcelona, demasiado evidente como para considerarlo fantasma. La jugada reabre el debate sobre el videoarbitraje, indiscutible para determinar si un balón entró, pero tenebroso para todo lo demás: la Liga no cuenta con el Ojo de Halcón porque la FIFA solo admite los sistemas que tiene licenciados, casualmente los más caros.

El Sevilla, engullido en Cornellà, tampoco aprovechó la ocasión de ser líder virtual. Lo cierto es que no le dio tiempo a acomodarse la camiseta dentro del pantalón. A los cuatro minutos, penalti, expulsión de Parejo y gol. El aspirante consiguió igualar el marcador, pero el Espanyol tenía algo contra lo que no existe remedio conocido: parecía el Sevilla. Tal vez por eso se sienta tan cómodo Reyes.

Del Atlético ya podemos decir, sin que nadie se ofenda, que no se siente excesivamente interesado en la Liga. El Alavés nos ayudó con el diagnóstico. Su contrincante vive un periodo de indeterminación existencial: demasiado tarde para pensar en el título y demasiado pronto como para preocuparse por la plaza de Champions. La atención está puesta en la Copa y en Europa, en los atajos para la gloria. Así es el fútbol de paradójico: cuando en el grupo había menos talento era más fácil memorizar las lecciones del Cholo.

El Real Madrid fue el último en entrar en escena y lo hizo con Danilo de lateral derecho, lo que indica el coraje del jugador, la valentía del técnico y la gravedad de las bajas. El partido se pintaba cuesta abajo después de los pinchazos del segundo, el tercero y el cuarto. Sin embargo, a la Real se le han ensanchado las espaldas. Se movió por el campo con aire de equipo grande, pero ni eso te libra de perder en el Bernabéu. Kovacic, más dotado para romper líneas que para organizarlas, abrió el marcador.

Cristiano marcó a continuación para silenciar los pitos y redimirse de una racha que le consumía y le afeaba. Morata se reivindicó con goles. Ya lo ven. En el infierno de hace cinco días ya florecen las margaritas. Barça y Sevilla observan al líder a cuatro puntos de distancia que podrían ser siete cuando el Madrid juegue su partido aplazado contra el Valencia (22-F). No hay certeza que dure una semana. Nosotros lo llamamos fútbol y otros, posverdad.

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