Una vida condicionada totalmente por la alimentación

Las alergias e intolerancias alimentarias conllevan hábitos alimenticios estrictos para las personas que los padecen.
Las alergias e intolerancias alimentarias conllevan hábitos alimenticios estrictos para las personas que los padecen.
ELENA BELLAVISTA
Las alergias e intolerancias alimentarias conllevan hábitos alimenticios estrictos para las personas que los padecen.

Eloy revolotea alegremente a nuestro alrededor cuando vamos a su encuentro. Sabe bien que hoy sus padres van a hablar de él, y de lo que supone tener un hijo multialérgico prácticamente desde su nacimiento.

Con mucha emoción por enseñarnos todo lo que sabe, pide a su madre con insistencia que saque del bolso una suerte de lápiz precargado, una dosis autoinyectable de adrenalina que viaja siempre con ella para ponérsela a su hijo si fuera necesario, en caso de que sufriera una anafilaxis sobrevenida por una reacción alérgica alimentaria grave.

Eloy tiene solamente 7 años, pero le ha sobrado tiempo para aprender a conciencia el gesto que podría salvarle la vida. “Tomamos la pierna derecha, hacemos una cruz con el dedo en el muslo, y en la parte exterior pinchamos durante unos diez segundos. Después, retiramos el autoinyector y masajeamos la zona durante otros diez segundos”, cuentan a la par madre e hijo, con la cantinela típica de quien ya se sabe la lección de memoria.

“Las alergias alimentarias las vamos descubriendo”, relata Almudena, la mamá de Eloy. Existen tantos tipos de alimentos que sería imposible hacer pruebas de alergia a todos ellos. “Pero cuando un niño alérgico dice que no quiere seguir comiendo algo que no había probado antes, es que algo va mal, así que no hay que obligarlo”.

A Eloy le pasó hace poco al tomar las palomitas que su madre preparó comprando grano de maíz “porque hasta ahora no las había probado; todas las que vienen preparadas contienen mantequilla”. Casi al instante de catarlas dejó de comerlas.

El experimento arrojó un dato contundente: su hijo es alérgico al maíz. También lo es a la proteína de la leche, a las lentejas, las judías, los cacahuetes, el kiwi y el tomate. “Al huevo también fue alérgico, pero ya lo ha superado”, dice Almudena, que también es alérgica a algunas frutas.

Sustos y esperas

La historia de Eloy es la historia de muchos niños en nuestro país; un relato cargado de pruebas médicas, reacciones alérgicas, alimentos prohibidos, etiquetados aprendidos al dedillo, historiales clínicos, algún que otro susto y, sobre todo, muchas horas en la sala de espera de Urgencias.

Según datos de la Asociación Española de Alérgicos a Alimentos y Látex (Aepnaa), un 7,5% de la población infantil de nuestro país padece alguna alergia alimentaria y, de estos, al menos la mitad son alérgicos a más de un alimento. Muchos de estos niños superarán las alergias a los 3 o 4 años de edad, pero al menos un 1 o 2% de la población adulta sufre algún tipo de alergia a alimentos.

Si pensamos en alergias de cualquier tipo -a medicamentos, alergias respiratorias o a insectos, por ejemplo-, el índice se dispara. Según el Libro de las Enfermedades Alérgicas, de la Fundación BBVA, en España una de cada cuatro personas padece algún tipo de trastorno alérgico, y se estima que entre el 30 y el 40% de la población mundial se encuentra afectada por uno de ellos.

Alergias o intolerancias

A ello hay que sumar las cifras de personas que sufren algún tipo de intolerancia alimentaria, como la intolerancia a la lactosa, o al gluten, que en el caso de este último se cifra en 450.000 afectados en nuestro país. La intolerancia dista mucho de ser lo mismo que una alergia, término utilizado abusivamente en algunos casos.

La doctora Pilar Cots, especialista en Alergología e Inmunología Clínica por el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, cuenta a el mensual de 20minutos  que la diferencia entre ambas consiste en que “la alergia implica obligatoriamente una alteración del sistema inmune, es decir, ha de tener a la fuerza una base inmunológica.

Si no existe alteración del sistema inmunológico, la reacción puede ser producida por diferentes causas, desde una intoxicación (por ejemplo, por setas), hasta una intolerancia por una alteración de la digestión a nivel intestinal, como la intolerancia a la lactosa. Pero estas no son enfermedades alérgicas y tanto su historia como su evolución y tratamiento van a ser muy diferentes”.

Por ejemplo, en el caso de la alergia a la proteína de la leche y la intolerancia a la lactosa -que en ocasiones tendemos a confundirlas- hay que notar que en la segunda “no existe ninguna alteración inmunológica, sino un fallo en la digestión a nivel intestinal; esta intolerancia se produce por un fallo de una enzima digestiva; por lo tanto, no es una alergia y nunca podrá desencadenar un cuadro grave de anafilaxia como en el caso de la alergia a las proteínas de la leche”, declara Cots.

Y precisamente el cuadro de anafilaxia es el momento más temido por alérgicos o padres de niños alérgicos, porque si no se trata con rapidez, puede producir la muerte. Por esa razón, desde diferentes entidades de alergología, y desde la propia asociación Aepnaa, que nació de la mano de padres y madres con hijos alérgicos, se trabaja por formar al personal de los centros docentes, especialmente a los que están en contacto con los niños más pequeños, ya sean maestros, auxiliares de comedor o cocineros.

“Me paso la vida enseñando, porque todo lo que enseñe, beneficia a mi hijo. Al final, tienes que educar al niño y al entorno”, relata Almudena. “Hay profesores dispuestos a aprender, y a hacer todo lo que puedan por tu hijo, y otros que alegan que no es su función medicar a un niño”.

 

Ella, por su parte, prefiere cocinar en casa la comida de su hijo, que se lleva un tupper al cole y se lo come con el resto de sus compañeros. “Pero siempre lleva la misma comida que comerán sus compañeros”, aunque preparada con alimentos sin alérgenos y con la certeza de que sus ingredientes no se contaminan, por error, de otros que sí los contienen. “Nos toman por padres bordes, pero qué le vamos a hacer”, confiesa la madre de Eloy.

Sus argumentos, cuando se exponen con claridad, se alejan de parecer obsesivos y se tornan absolutamente justificados. El contacto con un cuchillo que ha cortado un alimento al que se es alérgico, ya puede producir una reacción severa.

Lo mismo ocurre con la saliva que se queda en la boca de una botella de agua, por ejemplo, o con algo que toque el mismo plato. Incluso el vapor que se produce al calentar la comida en un microondas puede desencadenar una reacción. Por eso, “en nuestro cole hay un microondas solamente para calentar la comida de los niños alérgicos, que no es solamente Eloy”, cuenta Almudena. Por su parte, María reconoce que para ella “es impensable entrar en un restaurante italiano”, porque es alérgica a la leche; algo tan desapercibido como el vapor del queso caliente de las pizzas resultaría totalmente incompatible con su bienestar.

No son solo los alimentos

“Los niños alérgicos se hacen muy duros”, reconocen los padres de Eloy, que regentan una papelería en Madrid. “No me importa nada que mi hijo esté marcado, al final es todo cuestión de preferencias”. Su hijo, como tantos otros, come solamente su comida, está perfectamente aleccionado para saber lo que puede o no puede tomar y jamás se le ocurre comer algo que no sea suyo.

Porque la leche, el huevo o los frutos secos se encuentran en tantísimos productos que es preferible no jugársela. La leche, por ejemplo, está presente en productos impensables, como embutidos, aceitunas en conserva, carne de hamburguesa, cosméticos, medicamentos o toallitas de bebé.

Así que, al final, lo que parece un asunto que compete meramente a la alimentación, se convierte en una cuestión personal, social, y estar continuamente sujeto a restricciones puede resultar verdaderamente duro.

Alejandro Álvarez ya se dio cuenta del asunto cuando una mujer acudió a su confitería de Gijón para encargarle una tarta “que estuviera realizada sin huevo y sin leche”, nos cuenta. Aceptó el reto y, poco a poco, fue formándose hasta especializarse en la elaboración de productos sin gluten, sin leche, sin huevo y sin frutos secos. Ahora, llena las estanterías del local que abrió el pasado mes de febrero en Madrid con bombones de chocolate, tartas o pasteles aptos para el consumo de las personas alérgicas.

“Tenemos los mejores clientes que se puedan tener, son realmente agradecidos; y resulta estimulante sentir que estamos dándoles una oportunidad que casi nadie les da. He visto, incluso, niños a los que les temblaban las manos al probar por primera vez, emocionados, algunos de mis dulces”.

Sus productos, que él define como gourmet, “están verdaderamente ricos”, presume. Pueden resultar entre un 15 o 20% más caros que los de otras tiendas, pero lo que es verdaderamente caro, cuenta, “es tirar a la basura un alimento sin alérgenos, barato, que no haya quien se lo coma; así que si hay algún producto que no va a estar conseguido, que no va a salir rico, prefiero no prepararlo”.

Hacer la compra es una de las tareas más difíciles de una persona con alergias alimentarias. “Seleccione sus síntomas”, reza una conocida web de productos alimenticios pensados para las personas con alergias, intolerancias o necesidades nutricionales especiales. Hay alimentos sin levadura, sin huevo, sin leche, sin fruta, sin fructosa, sin gluten, sin azúcar, sin trigo, sin soja, sin pescado y marisco, sin legumbres, sin frutos secos... y un sinfín más de posibilidades.

Un universo desconocido e impensable para el común de las personas que no padecen ninguna exigencia alimentaria especial, pero que existe y que cada vez está más presente en la vida de las personas.

Afortunadamente, después de aplicar al azar varios filtros en nuestra web, la búsqueda nos devuelve una buena lista de productos que sí podemos consumir. Productos sensiblemente más caros que los de consumo habitual y para los que prácticamente no existen ayudas estatales. “Al final, sabes de memoria lo que puedes tomar de cada marca y cada tienda, y haces la compra en mil establecimientos distintos”, cuenta Almudena. Así que salir adelante es cuestión de saber ingeniárselas. Y de proponérselo.

Síntomas de alergia: cutáneos, digestivos o respiratorios

La doctora Pilar Cots cuenta a el mensual cuáles son los síntomas que podemos observar en una reacción alérgica.

Entre los cutáneos se encuentra el picor, enrojecimiento de la piel, la aparición de ronchas tipo habones o la inflamación de ojos o labios. Síntomas digestivos, como picor en lengua, paladar  y garganta, diarrea, sangrado en heces, dolor abdominal reflujo o rechazo de las tomas en los niños pequeños.

También pueden desarrollarse problemas respiratorios: rinoconjuntuvitis (picor de nariz y ojos, estornudos, lagrimeo, mucosidad), asma, sibilancias o tos; y la anafilaxia o shock anafiláctico, que puede desencadenar la muerte.

“El día que probé un helado sin leche lloré de verdad”

María Rubio. Madrid, 1986. Enfermera  y alérgica a la proteína de la leche desde que probó el primer biberón. A partir de los 18 años también es alérgica a la ternera.

Desde su nacimiento, los padres de María fueron de médico en médico hasta que dieron con su diagnóstico. Conscientes de la desinformación que había y de la dificultad que representa tener un hijo alérgico, ellos, junto con otros papás de niños alérgicos, fundaron la asociación Aepnaa.

¿Cuál es tu historial de alergias, María? 

Cuando era pequeña no podía tomar muchísimas cosas, pero después se dieron cuenta de que no tenía tantas alergias, solamente a la leche. La alergia a la ternera la desarrollé a los 18 años. Sufrí una anafilaxis después de comerme un bocadillo cuando estaba en Zaragoza con unas amigas. Llegué inconsciente al hospital. Las alergias, a veces, suceden así, de manera espontánea, en la vida adulta.

Llevas toda tu vida unida al ámbito hospitalario. ¿Ha influido ello en la elección de tu profesión? 

Naturalmente. Después de tantas horas de pruebas, de hospitales y de contacto con el personal sanitario, se despierta un interés personal. De hecho, trabajo en una unidad de neonatos de un hospital público madrileño, aunque mi alergólogo no quiere que trabaje con bebés, por la continua exposición a la leche. Pero me protejo muy bien con guantes.

¿Sueles comer fuera de casa?

Sí, claro que salgo. Me gustan mucho los restaurantes japoneses, sus platos no suelen darme problemas. Y por supuesto, no he renunciado a viajar, no puedes quedarte en casa. Por si acaso, siempre llevo en la maleta un kit de supervivencia con jamón y almendras [risas], para no quedarme nunca sin comer.

¿Cómo afecta tu alergia alimentaria en las personas de tu entorno? 

En casa todos comen lo mismo que yo, y… ¡nunca se han quejado! [Risas]. Pero mi novio, por ejemplo, cuando sabe que va a verme en unas horas, evita tomar café con leche, por ejemplo, porque de lo contrario no podría ni darme un beso.

¿Echas de menos comer con normalidad? 

En realidad, ya forma parte de mí. Una de mis aficiones es la cocina, me encanta preparar postres aptos para mí porque es lo que menos suelo poder comer. ¡El brownie es mi especialidad! Pero si pudiera comer cualquier alimento, lo primero que tomaría sería un helado de chocolate. ¡Tengo unas ganas! Hace un par de años probé por primera vez un helado sin leche. ¡Aquel día lloré de verdad!

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