Los riesgos climáticos que enfrenta España si la temperatura global sigue subiendo

Ejemplar de oso pardo
Ejemplar de oso pardo
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Ejemplar de oso pardo

El efecto de los gases invernadero, que han alimentado y alimentan el modelo económico-industrial, no tiene techo. Pero la paciencia de la madre naturaleza se acaba y devuelve los golpes al ser humano. Vamos con retraso, pero aún es posible evitar un desastre sin precedentes. Somos la última generación capaz de plantar cara al cambio climático.

Todo empieza en París, donde en la ambiciosa Cumbre del Clima 2015, un total de 196 países deben enfrentarse en diciembre a un gigante alimentado por nosotros mismos, en la cumbre de las cumbres, la COP21 de la ONU.

España ha reducido sus emisiones de dióxido de carbono en un 2,1% en 2014, con 224 millones totales, pero muy por debajo de la media de la UE, cuya reducción media fue del 5%, según datos del Eurostat. El país que más las redujo fue Eslovaquia (14,1%).

No es suficiente. La Tierra no puede calentarse más allá de los dos grados de media en 2100. En caso contrario sería "absolutamente inmanejable", ha dicho la responsable de cambio climático de la ONU Christiana Figueres.

Si en París no se gesta una voluntad política global, firme y vinculante (medidas económicas incluidas), el mundo en toda su extensión enfrentaría un preocupante listado de impactos climáticos graves.

España, en particular, asistiría a la pérdida de ecosistemas únicos en sus zonas de montaña. Especies como el oso pardo, protegida desde 1974, o el urogallo tendrían los días contados, junto con edelweiss, glaciares, ibones y neveros. También se verían afectados los ríos y arroyos en las altas montañas, una zona de la geograía española muy vulnerable al cambio climático.

Al norte, en las provincias con clima oceánico, la población sufriría la llegada de más temporales e inundaciones. Los impactos podrían traducirse en un aumento de las temperaturas del agua, mediterranización del clima, mayores temporales y serios riesgos de inundaciones por la subida del nivel del mar. Todo esto también supondría un problema en la pesca y el marisco.

Si continúa esta dinámica, el territorio contienental en la Península Ibérica, sufrirá mayores olas de calor, grandes incendios y veranos muy severos. También se producirán pérdidas de los hábitats húmedos y fuertes impactos en la agricultura, como la desaparición de viñedos, con la importancia que esto tendría para la industria del vino.

La zona con clima Mediterráneo se vería abocada a la pérdida del turismo estival. La erosión de la costa, el estrés hídrico, la desertificación, los impactos en la agricultura (cítricos y oliva), las sequías y el aumento de las precipitaciones extremas, la superación de temperaturas de confort en verano, plagas e inundaciones... son sólo algunos de los escenarios que esperarían al Levante español, Andalucía y el archipiélago de las islas Baleares.

En cuanto a las islas Canarias, su clima subtropical las hará vulnerables a impactos de fenómenos meteorológicos extremos, lluvias torrenciales y falta de agua o el crecimiento de algas tóxicas y el retroceso de sus playas, uno de sus mayores activos económicos. Su proximidad al Sáhara supone además un riesgo mayor de calimas.

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