Francisco Rico: "El 'Quijote' tiene una filosofía muy razonable, no es Hegel ni Kant"

Francisco Rico, académico de la RAE, en la sala de la biblioteca académica de la institución, situada junto al Museo Nacional del Prado.
Francisco Rico, académico de la RAE, en la sala de la biblioteca académica de la institución, situada junto al Museo Nacional del Prado.
ELENA BUENAVISTA
Francisco Rico, académico de la RAE, en la sala de la biblioteca académica de la institución, situada junto al Museo Nacional del Prado.

Francisco Rico (Barcelona, 1942) es académico de la lengua, filólogo e historiador de la literatura. Ha dirigido la más completa edición crítica del Quijote, publicada por la Real Academia Española (RAE) con las aportaciones de un centenar de especialistas.

También ha hecho su propia limpia del texto sobre las andanzas de Alonso Quijano, eliminando lo que se añadió en la imprenta pero Cervantes nunca escribió.

Con parte de la biblioteca que donó –32.000 ejemplares– a la Universidad Autónoma de Barcelona, se ha organizado una exposición con un buen puñado de ediciones distintas de la obra.

Esa dedicación intensiva al Quijote no le ha impedido fijar también la mirada sobre la obra de Petrarca o el Lazarillo de Tormes, protagonista de su discurso de ingreso en la RAE.

Pero al hidalgo manchego siempre vuelve con afán de diversión y la misma pasión que le declara al tabaco, un vicio que humea durante toda la entrevista.

Habla usted del Quijote con pasión y diversión, pero no se presta a trasladar al ingenioso hidalgo al aquí y ahora...

Se hace mucho. Qué sentido tiene. Contra qué lucharía, quiénes serían hoy sus enemigos… Es una tontería, ya hemos acabado.

¿No tiene sentido siquiera intentarlo?

Para empezar, habría que tener muy claro qué es y qué parece don Quijote.

¿Suele haber confusión entre lo uno y lo otro?

Vamos a decir cosas serias. Empieza la parte narrativa diciendo: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…». Nada de eso significa lo que la gente cree. Para empezar, lugar no quiere decir en un sitio, en una ubicación. Lugar es una entidad de población, que no es tan grande como la villa, ni por supuesto como la ciudad ni tan pequeña como la aldea. Es un pueblito. Del mismo modo que «de cuyo nombre no quiero acordarme» no quiere decir que no quiera, sino que no se acuerda, que no llega a acordarse.

Empezamos entendiéndolo todo mal.

Alonso Quijano vive en un lugar de la Mancha, aislado por consiguiente de otros hombres de su condición, sin poder practicar los deportes caballerescos, las justas y los torneos que en ciudades como Barcelona o Zaragoza mantenían entretenida a la nobleza según quería justamente Felipe II. Por eso se le ocurre salir de su lugar para ir a Zaragoza, donde tenían lugar unas fiestas caballerescas muy celebradas.

Eso sí que tiene alguna situación comparable en la actualidad.

Quizá no con los más mayores, pero sí con los más jóvenes que quisieran ser futbolistas famosos o tenistas o cantantes y salir del pueblo. Pero es un poco esa idea, esa noción. Pero tampoco, no tiene parangón… Cada época es distinta.

¿Qué le atrae de esta obra?

Es un libro muy divertido, entretenidísimo. Tiene algunas partes menos atractivas que cuando aparece don Quijote en escena. Pero es un libro muy divertido, muy sencillo, que no tiene ningún misterio, ningún sentido oculto, que no encubre grandes enseñanzas. Es la diversión del protagonista cuando está loco y, en igual sentido, el sentido común del protagonista cuando, quizá la mayor parte del tiempo, se expresa como cuerdo.

Pero usted y tantos otros han dedicado mucho trabajo a interpretarlo hasta el detalle.

Se habla de la filosofía del Quijote. Pero la filosofía del Quijote es del tipo de una frase que dice: «Más vale un diente que un diamante». Es una filosofía muy razonable, de que conservemos los dientes, pero no es Hegel ni es Kant. Esa es la filosofía del Quijote: un sentido común con el que todo el mundo está de acuerdo, que no provoca disensiones, que es razonable…

¿Qué aporta su edición del Quijote?

La peor edición del Quijote es la primera porque está llena de cortes y, sobre todo, muchas morcillas, cosas que no son de Cervantes. Lo más importante de mi edición es que, por primera vez, por procedimientos que hoy tenemos y sabiendo cómo trabajaban las imprentas, he procurado limpiar el texto de los pasajes breves, fragmentos, palabras, etcétera, que están en la primera edición y que todas las demás repiten y que, sin embargo, con absoluta seguridad, no son de Cervantes.

Tampoco tenemos un manuscrito de Cervantes para cotejar.

Gracias a Dios. Tampoco serviría de gran cosa. Serviría, pero no, porque en la imprenta luego se hacen cambios. Se pueden hacer por parte del autor si se corrigen pruebas…

Entonces, ¿cómo se sabe qué es suyo y qué no?

[Muestra en su móvil una imagen de una página] Por ejemplo, esta es una página de comienzo de capítulo que lleva varios tipos y cuerpos de letra y una letra capital… Pues aquí, para ajustar y que la página cuadre, han añadido la palabra «audacísimo». ¿Cómo sé yo que es audacísimo? Por varias razones: porque uno de los trucos más normales cuando tenían este tipo de problemas en las imprentas de la época era poner una palabra muy larga. El ejemplo clásico es el «pacientísimo Job». Y por otra parte, porque Cervantes desconoce la palabra audaz, no la utiliza nunca. Hay infinitos trucos de este estilo que se utilizan en el Quijote y en todos los libros de la época para que las páginas cuadren.

Parece un trabajo laborioso.

Hay más de un centenar de páginas del Quijote que se pueden corregir. Que no cambia el sentido de la obra, pero es el texto más exacto de Cervantes.

¿El autor quedaría satisfecho si lo viera?

Pasa que don Quijote y Sancho son personajes a los que estaríamos mirando siempre. Eso es lo que querían los lectores. Y por eso, en la segunda parte prácticamente Cervantes no intercala novelas ni episodios de aventuras y corsarios como en la primera. Y eso, a Cervantes, no le gusta nada. Le aburre. Escribe el autor que, teniendo entendimiento y saberes para hablar del universo entero, pide que le den gracias, no por lo que ha escrito, sino por lo que ha dejado de escribir.

Si Cervantes se cansó de don Quijote, ¿usted no se ha cansado?

No, porque yo no me dedico al objetivo literario del Quijote. Yo me dedico al texto, como un filólogo. Y siempre voy encontrando cosas. Porque cuando examinas una página del Quijote, hay que leerla muchas veces y vas viendo cosas: en esa página que te he enseñado hay cinco o seis añadidos. Y es un trabajo fascinante, casi de detectives.

¿Cuál es su pasaje preferido?

A mí me gusta mucho cuando vuelve don Quijote a la aldea, el último o penúltimo capítulo, y unos niños están jugando con una liebre. Uno de los chicos se la quita a otro. Y uno le dice al otro: «No la verás más». Y don Quijote, que oye eso, lo entiende referido a él y a Dulcinea. Que no verá más a Dulcinea, aunque no la ha visto nunca porque no existe, entre otras cosas. Y se pone muy melancólico y va al pueblo cuando ya está cayendo el sol. Y se mete en la cama y se muere. Ese trozo a mí me gusta.

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