Cómo el empuje vanguardista cambió el arte para siempre

  • Más de 120 trabajos de los movimientos vanguardistas más importantes del siglo XX se exhiben en el museo Bozar de Bruselas.
  • La exposición es una panorámica de estilos y grupos como el expresionismo alemán, el futurismo italiano o el cubo-futurismo ruso.
  • Junto a obras clásicas, la pinacoteca exhibe 15 piezas de artistas actuales y demuestra que los códigos vanguardistas siguen vigentes.
'Dama en la parada de tranvía', pintura de Kazimir Malevich datada entre 1913 y 1914
'Dama en la parada de tranvía', pintura de Kazimir Malevich datada entre 1913 y 1914
Kazimir Malevich - Collection Stedelijk Museum Amsterdam
'Dama en la parada de tranvía', pintura de Kazimir Malevich datada entre 1913 y 1914

El mundo se acelera al ritmo mecánico de la industrialización, el siglo XIX se despide con cambios irreversibles y el artista —cada vez con más empeño— los encaja rechazando reproducir la realidad. La I Guerra Mundial, carnicera y diabólica, la gran demostración de cómo iban a ser las guerras del futuro; es el gran revulsivo. Las vanguardias nacían para explorar la esencia de un mundo que ya no podía interpretarse con la lógica. El arte repudió de las formas convencionales y comenzó a ganar autonomía.

De la ansiedad de Edvard Munch y las mascaradas de James Ensor a movimientos como el cubismo, el expresionismo o el futurismo pasando por la escuela de diseño Bauhaus, la exposición The Power of the Avant-Garde. Now and Then (El poder de las vanguardias. Ahora y entonces) —en el Museo Bozar de Bruselas (Bélgica) hasta el 22 de enero— agrupa más de 120 obras emblemáticas que ponen en perspectiva a las corrientes artísticas más importantes de la historia reciente.

Nolde, Macke, Malevitch, Balla...

El comisario de la muestra, el historiador del arte y crítico Ulrich Bischoff, propone una panorámica fragmentada y (por decisión) poco exhaustiva de los autores y sus movimientos. Del expresionismo alemán —que tanto significado espiritual dio a los colores— hay pinturas de Emil Nolde, Karl Schmidt-Rottluff o August Macke; del futurismo italiano (un canto apasionado al dinamismo de la máquina) se exhiben obras de Giacomo Balla, Gino Severini y Umberto Boccioni. El cubo-futurismo ruso tiene su representación en trabajos de, entre otros, Kasimir Malevitch y Olga Rozanova.

Un apartado especial es el dedicado a "personalidades artísticas" difíciles de incluir en corrientes determinadas, como es el caso de Fernand Léger, Marcel Duchamp, Egon Schiele, Edvard Munch, Robert Delaunay o Amadeo de Souza-Cardoso.

En un ensayo que sirve como prólogo a la exposición, Bischoff subraya que está organizada en torno a "dos círculos", uno "más antiguo" de trabajos de las "vanguardias clásicas" y otro "interior" de "trabajos más nuevos que, por su parte, tienen una función fundamentalmente vanguardista en nuestro propio tiempo".

La pinacoteca explora "la trascendencia y el impacto de las vanguardias" añadiendo a los clásicos 15 obras de artistas actuales con las que se construyen "tandems". Marlene Dumas se empareja con Edvard Munch, el coreógrafo William Forsythe, con Marcel Duchamp; Olafur Eliasson da la respuesta a Alexander Archipenko. Los "diálogos personales" fortalecen así la idea de que "la visión subjetiva del artista" que propusieron las vanguardias sigue teniendo validez.

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