La amenaza líquida de Daesh: matar donde y como sea

Un policía apunta al atacante del atentado de Londres, Khalid Masood, tras ser abatido poco después de acuchillar a un agente.
Un policía apunta al atacante del atentado de Londres, Khalid Masood, tras ser abatido poco después de acuchillar a un agente.
GTRES
Un policía apunta al atacante del atentado de Londres, Khalid Masood, tras ser abatido poco después de acuchillar a un agente.

Niza, Berlín, Londres… La secuencia del horror se repite: un vehículo o un simple cuchillo de cocina, un individuo que jura lealtad a Daesh (Estado Islámico) y mata en su nombre y una organización de ideología criminal que se atribuye la autoría para alimentar su máquina de propaganda. Todo ello en escenarios de la vida cotidiana, como una fiesta callejera, un mercadillo navideño o un lugar emblemático, dejando tras de sí un rastro de decenas de muertos.

Esa es la foto que arrojan los últimos atentados cometidos en ciudades europeas en nombre de ISIS, en lo que es una más de las múltiples expresiones que tiene el terrorismo yihadista para golpear a Occidente. Ya no hace falta un Osama Bin Laden que derribe las torres gemelas, ni volar autobuses o poner bombas en el metro. Tampoco se necesitan pistolas o armas automáticas; ni siquiera se precisa logística o planificación. Basta con una simple navaja o algo tan común como un coche y un solo objetivo: salir a matar a todo lo que se encuentre en el camino. Cuantos más, mejor.

Así explica Chema Gil, codirector del Observatorio de Seguridad Internacional, la "amenaza líquida, tan real como inconcreta" que supone el terrorismo islámico actual. "Es una de las amenazas más desconcertantes que afronta el mundo por la asimetría de sus manifestaciones. En Siria o Irak puede adoptar una morfología pseudomilitar que se expresa bélicamente, mientras que en Bruselas o París ataca mediante células de cierta complejidad organizativa, al tiempo que en Niza, Berlín o Londres lo hace a través de un sujeto que actúa de forma individual, siguiendo un mandato genérico con el que se identifica, pero sin vinculación jerárquica", explica este experto.

Esta última forma de terror es la más peligrosa de todas, según Gil, porque resulta practicamente imposible de prever. Sobre todo cuando, como en el caso del reciente atentado en Londres, el autor es un ciudadano europeo dispuesto a matar con métodos rudimentarios y a morir en el intento. "Esta metodologia de escasa complejidad hace que detectar y abortar ataques no sofisticados sea muy difícil, incluso cuando el atacante era previamente conocido por las autoridades. Así pues, estamos ante una certeza: el riesgo de que se sigan repitiendo ataques de este tipo es muy alto", concluye.

Un gran efecto propagandístico

El método no es nuevo, pero es cada vez más frecuente. Se trata de atentados "ausentes de complejidad organizativa y sin recursos, pero muy eficaces y con un alto impacto. Un solo hombre con un cuchillo o un coche consigue que el mundo entero lo mire y lo identifique. La sobreactuación en la atención, aunque lógica, es una victoria para ellos", afirma Gil. "El mensaje que lanza", añade, es el de "mira, con un solo muyahidin podemos subyugar y atemorizar a una de las ciudades más importantes del mundo". El efecto propagandístico es "brutal", y eso, a su vez, "sirve para captar nuevos adeptos", explica.

Para Leila Nachawati, especialista en Oriente Medio y Norte de África, se trata de un cambio de marco, no de método. "Daesh ya es más una ideología que un grupo coordinado. Ha hecho una llamada para que cualquiera que simpatice con ellos pueda actuar en cualquier parte del mundo, pero no hace falta una pertenencia real. Es casi una cuestión sentimental", sostiene. No se trata, pues, de ataques dirigidos por ISIS desde Irak o Siria, sino de acciones individuales de sujetos que a través de estos atentados "canalizan sus propios odios y frustraciones". "Basta con un mensaje, grabado o escrito, en el que el autor del atentado jure lealtad a Daesh, para pasar a engrosar la lista de mártires del grupo", explica.

Gil comparte esta idea. "Hace mucho que Daesh ha hecho una llamada para que cualquiera se lance a matar allí donde esté utilizando los recursos que tenga a su alcance", afirma. Así se desprende de los manuales y revistas que edita la organización terrorista para adoctrinar y hacerse propaganda. Vehículos, cuchillos, piedras, las propias manos... cualquier instrumento es válido con tal de matar y golpear a Occidente. "Utilizad los coches como segadoras", dice uno de ellos. En otro, pide a sus seguidores que cometan más atentados y ataques de lobos solitarios por todo el mundo. Y para ilustrarlo, utilizan imágenes de la vida cotidiana de gente en ciudades occidentales, como la de un florista británico en un mercado, o pone como ejemplo a empresarios que van al trabajo, e incluso a jóvenes que juegan o practican deporte en los parques.

Provocar reacciones islamofóbicas

El hecho, además, de que estos ataques se produzcan en ámbitos cotidianos produce "tal intensidad de pánico y terror que resulta incontrolable". Y eso, explica Gil, es otro de los objetivos que persigue Daesh, puesto que busca generar dinámicas de respuesta sobredimensionadas por parte de las sociedades occidentales, como medidas legales que supongan restricciones de derechos, así como provocar reacciones islamofóbicas. Estas últimas, señala este experto, "retroalimentan el proceso y cooperan sin querer con los intereses del terrorismo yihadista porque les dota de argumentos y son para ellos una ayuda inestimable". Sobre todo en los procesos de captación y reclutamiento.

"Este terrorismo se nutre de la desafección, de la falta de identificación, del desafecto, de la frustración... El 99% de los atentados yihadistas en Europa son perpretados por individuos criados en sus calles, nacidos aquí. Es gente que se siente excluida, no concernida por el país en el que ha nacido porque no se sienten reconocidos como ciudadanos ni aceptados", afirma Gil.

En este contexto, "es muy fácil sentirse atraido por alguien que les ofrece un espectro donde se les va a reconocer y aceptar, y que les señala como víctimas de una sociedad que les odia. Y cuando tenemos reacciones islamofóbicas, les damos la razón a los terroristas", señala. A su juicio, la captación se produce no por conversión al Islam, sino por una "conversión ideológica con un mundo violento que les atrae y les justifica. Conectan con una ideología, el Islam es la excusa".

Por eso, para combatir esta "amenaza líquida", este analista sostiene que no basta con una respuesta bélica en aquellos territorios donde el terrorismo yihadista "se exprese bélicamente". Apuesta, además, por una "respuesta policial contundente pero dentro del derecho", una "aplicación eficaz de los servicios de inteligencia" y el establecimiento de "mecanismos que permitan sociedades más cohesionadas y no permitan umbrales de exclusión". "Si no construimos sociedades cohesionadas no construimos sociedades seguras", afirma. "Así serán sociedades más amables, además, donde nos reconozcamos todos como ciudadanos y compatriotas. Donde alguien pueda sentirse madrileño o parisino aunque se llame Mohamed, al margen de su fe o su ideología política".

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