Crítica de 'El bebé jefazo': una dura pelea por el amor de los adultos

José Coronado, en la presentación de la película 'El bebé jefazo', donde pone voz al protagonista.
José Coronado, en la presentación de la película 'El bebé jefazo', donde pone voz al protagonista.
EUROPA PRESS
José Coronado, en la presentación de la película 'El bebé jefazo', donde pone voz al protagonista.

La película de Tom McGrath, director vinculado a Madagascar y todas sus secuelas, no es apta para aquellos que busquen guiones bien cerrados, historias con desarrollos clásicos o ciertas normas en la realidad que se nos presenta en un mundo creado por animación. Afortunadamente a los niños se les da bien ignorar la lógica y disfrutar mientras la historia transcurra rápida y les haga reír en algún momento que otro, algo que esta película es probable que consiga con la mayoría, aunque sea a costa de bastante sal gruesa (o de pedos visibles en forma de nube de talco).

El bebé jefazo, inspirada en los populares y aplaudidos cuentos de la ilustradora Marla Frazee, es una locura con aciertos y también con elementos que chirrían y solo parecen rodar mejor engrasados justo al final, cuando descubrimos que un niño con una fantasía desbordante puede reconstruir sus recuerdos y convertir al hermanito que le arrebató la atención de sus padres en un bebé parlante y mandón envuelto en una conspiración absurda con una multinacional de cachorros de diseño y una empresa ubicada en el cielo y formada por bebés seleccionados por no tener cosquillas que toman una leche mágica que les impide crecer.

El amor de los adultos, dividido entre perros y bebés, es el gran mercado por el que pugnan esas compañías enfrentadas. Y lo que pretende hacer el bebé al que pone voz José Coronado es espionaje industrial, infiltrándose en el hogar de dos empleados de la empresa rival.

Todo ese absurdo se desarrolla a un ritmo endiablado entre imitadores de Elvis Presley, bebés con poderes ninja, cachorros clonados por decenas de miles, un archienemigo alérgico a la lactosa, desmemorizadores con forma de varita mágica y el lanzamiento de un cohete dispensador de seres vivos en Las Vegas.

Psicodélica, atípica, una gran broma de principio a fin, la única manera de que los adultos pasemos un rato entretenido con la última apuesta de Dreamworks es hacer como los niños, relajarse, asumir que nada tiene sentido, disfrutar de los gags que más nos encajen, con las referencias que encontremos y, sobre todo, con su creatividad y un estilo visual que brilla de manera especial cuando el hermano mayor juega soñando despierto. Sin duda estos momentos son el punto fuerte de la película.

Vayamos a aquello en lo que más flojea. El mensaje que pretende inocular El bebé jefazo es que tener un hermanito con el que jugar es lo mejor que te puede pasar y que en el corazón de los padres hay amor para todos los hijos, aunque un bebé requiera mucha atención.

El gran problema de la película radica en que tal y como está planteada es muy probable que se transmita justo lo contrario.

Esa lectura positiva llega al final, tras demasiado metraje en el que vemos a unos padres que pasan de ser perfectos en el arranque a convertirse en crueles, irresponsables y estúpidos, negándole toda atención a su hijo mayor, haciéndole sufrir enormemente (la película se regodea en exceso en eso) y que ignoran olímpicamente la tristeza que sus actos le provocan. Demasiado desequilibrio para nivelarlo justo al final.

Por eso es una apuesta un tanto arriesgada si hay una situación de hermanos mal avenidos, 'pelusas' flotantes por la casa, hermanitos pequeños en camino o recién llegados en proceso de gestión emocional.

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