Adelanto editorial: 'Variaciones postales', de Kazimierz Brandys

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Variaciones postales, de Kazimierz Brandys, se publica el 18 de septiembre en España, vía Adriana Hidalgo Editora (270 páginas, 17 euros). Este epistolario ficticio recoge la correspondencia entre varias generaciones de la familia Zabierski.

A la vez, recorre 200 años de la historia de Polonia (de la Revolución Francesa a la década 1970). La mala suerte persigue a sus miembros, que tienden a embarcarse en proyectos extraordinarios.

Kazimierz Brandys es un novelista y ensayista polaco, casi desconocido para los lectores hispanohablantes, pues su obra se ha traducido poco al castellano. De origen judío, Brandys (1916-2000) estudió derecho en Varsovia y desde 1981 se estableció en París, donde murió.

A continuación puedes leer en exclusiva un fragmento de la novela.

Fragmento del libro 'Variaciones postales'

1770

Prot Zabierski a su hijo Jakub, desde la hacienda Szymonowizna.

En el nombre de Nuestro Señor Jesucristo en el Año del Nacimiento del Señor de 1770, en el mes de septiembre y día 23, ¡Kuba Hijito queridísimo!

Soy yo, tu progenitor, desde el lugar este estoy escribiéndote, y con más precisión Mucharzewski dispone aquestos mis dicta; yo estoy viejo y veo poco a causa de una catarata sobre mi ojo, ese que cuando joven se me dañó en Sokolów, cosa que sabes. El trigo está cosechado y ya estibado. Su Señoría, Madre tuya te envía su bendición, los hermanitos una reverencia. Y también el servicio besa tus pies, continenter recordando al señorito, la de Antos a cada rato pregunta por ti, es la que otrora con la leche de su pecho te ha alimentado, como también el cojo Lipkowski, con el que ibas al bosque a cazar liebres, recuerdas. Y yo les digo: el Señorito goza de buena salud, ya lo veremos ni bien llegue el Día de Todos los Santos. Ay, ay, Kubus, ¿no hubiera sido mejor esperar el enlace en Szymonowizno, gloriando al Señor? El Padre Pasiborski mandó enviarte muchos saludos. Mucharzewski es el único que está al tanto de mi escamoteo, pero no abrirá la boca, ya que es mudo. Y así ambos protegemos tu secreto, nadie ni en sueños imaginaría que te poseyó un espíritu maligno y que estás con los padres bernardinos en Jampol en una celda insanus mente. Hijito mío, pobrecito, cuita de mi vejez. El silencio del anochecer se viene desde los campos, ¡chis! ¡chis! las estrellitas están a punto de brillar, y Mucharzewski hace crujir la pluma y resuella. Para qué fuiste con la confederación. De noche deambulo por la alcoba en paños menores, meditando en tu desgracia, mi corazón de padre golpeando en doliente turbulencia, cómo ha sido posible que hayas olvidado las dulzuras de Nuestra Santa Fe y la indulgencia cristiana hayas trocado por el balbuceo diabólico. Y pronuncio estas palabras sine ira, Mucharzewski es testigo. Y pide al Cielo misericordia. La plegaria te extirpará el dolor, Kubus, como a mí una muela dolorida, que al judío Hirszko se le ocurrió sujetar con alambre a la cola de una vaca y acercarse naturaliter al hocico con una zanahoria.

Dos me sostenían por la cintura, y Lipkowski por la cabeza. Así fue. El domingo estábamos sentados al yantar, y mira, en la gallinita se escondió un huesecito, yo le di con la muela y eo instante me cubrió una obscuridad demoníaca y sentí que me temblaba la piel. Eché un trago de aguardiente de canela de Gdansk, pero sabía lo que sabía, que ya no sería el mismo, porque había visto los abismos del infierno, y aquel que por un momentum los viere, a partir de allí ya no gozará de contentura en el mundo cristiano. Y así sucedió. La muela incordiaba. No que doliera grandemente, pero oprimía, estaba. La muela, cuando sana, no la sientes, así es natura rerum, que un miembro en el cuerpo, cuando parece ausente, cumple con su obediencia, en tanto que si comienzas a sentir que lo tienes, cuando por la mañanita te despiertas y piensas: tengo un oído, o bien: tengo una muela, eso ya presagia un mal, es una discordancia con la naturaleza. Y eso era lo que me acontecía. Me despertaba, la muela estaba. Estaba sentado en la iglesia, la muela en mí. Rezaba hincado de rodillas y para nada pensaba en la Pasión del Señor sino en ella. Ya temía la maldición y más luego la venganza del Cielo. Me oculté en la casa para que mi grotesca miseria no me llevara a cometer algo desventurado. Ya no eran para mí el solcito ni el bosquecillo alegre, ni los pajarillos, porque ya me había transformado entero en esa muela y sólo auscultaba sus pulsaciones, cual si fuera mi corazón mismo.

Y allí la obscuridad. La muela tan obscura parecía, con las raíces alcanzando el fondo, cual árbol que hubiera crecido en uno. Dígote, Kubus, ¡mal, muy mal! Ya la reconocía, ya era una amiguita. La toqueteaba con la lengua, y con tanto esmero que su grosor y estatura y la rajadurita más fina las tenía asentadas en mi memoria, ninguno de sus movimientos escapaba a mis sentidos, era como una mujer en estado de buena esperanza. Porque debes saber cómo continuó. Al segundo domingo le creció una cabezota. Oh, pensé, ¡sancti caelestes, tengo un humano en las fauces! Pero nada. Al día siguiente estuve en cama, de parto. El Padre Pasiborski pasó fortuitamente. Mira y dice, Vuesa Merced no parece muy alegre.

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