Toulouse-Lautrec y Picasso: un genio que alimentó a otro

  • El Museo Thyssen-Bornemisza presenta 'Picasso/Lautrec' la primera exposición dedicada a la comparación de estos dos maestros de la modernidad.
  • Reúne más de un centenar de obras que ponen de manifiesto muchas de sus confluencias: entre ellas, su atracción por París y el dibujo como herramienta expresiva.
A la izquierda 'À Batignolles', 1888 de Toulouse-Lautrec y a la derecha 'Desnudo sentado', 1905 de Picasso.
A la izquierda 'À Batignolles', 1888 de Toulouse-Lautrec y a la derecha 'Desnudo sentado', 1905 de Picasso.
TOULOUSE-LAUTREC / PICASSO
A la izquierda 'À Batignolles', 1888 de Toulouse-Lautrec y a la derecha 'Desnudo sentado', 1905 de Picasso.

Nunca llegaron a conocerse personalmente pero la fascinación que Picasso sintió por Toulouse-Lautrec fue enorme. El francés retroalimentó al malagueño y así queda latente en muchísimos temas que se repiten en sus respectivas obras: los retratos caricaturescos, el mundo nocturno de los cafés, cabarets y teatros, los seres marginales que poblaban estos, el espectáculo del circo (metáfora de su propia trayectoria de artistas) o el universo erótico de los burdeles.

La admiración del uno por el otro era de sobra conocida pero, sin embargo, hasta hoy no se había confrontado la obra de ambos en una exposición. Con Picasso/Lautrec, que permanecerá abierta hasta el 21 de enero de 2018, el Museo Thyssen salda esta deuda con sus admiradores y, a la vez, pone el broche final a los actos con los que celebra su 25 aniversario.

Toulouse-Lautrec tuvo una carrera corta, apenas duró 15 años. Murió prematuramente antes de cumplir los 37, muy deteriorado a causa del alcoholismo y constantes depresiones y neurosis. Un año antes de este fatal desenlace, en 1900, un jovencísimo Picasso con apenas 19 años llegaba a París. No tendría tiempo para buscar al maestro, que por aquel entonces ya estaba al cuidado de su aristócrata madre en el Château Malromé, cerca de Burdeos. Sin embargo, la sombra de su admirado pintor se prolongaría a lo largo de su muy dilatada vida profesional.

Comisariada por el profesor Francisco Calvo Serraller, catedrático de Historia del Arte de la Universidad Complutense de Madrid, y Paloma Alarcó, jefe de conservación de Pintura Moderna del Museo Thyssen-Bornemisza, la exposición reúne más de centenar de obras, procedentes de unas sesenta colecciones públicas y privadas de todo el mundo. En la pinacoteca madrileña, las obras de ambos dialogan entre si y ponen de manifiesto muchas de sus confluencias: su predisposición para la pintura desde niños, su atracción por París como fuente de inspiración y su facilidad para comunicarse a través del dibujo, una herramienta expresiva que utilizaron de forma compulsiva.

¡Demasiado Lautrec!

"¡Aún demasiado Lautrec!", cuenta Alarcó que bromeaban Max Jacob, Guillaume Apollinaire y André Salmon cuando Pablo Picasso les enseñaba sus nuevas pinturas, y explica, además, que una gran parte de la producción artística de ambos fue un "continuado diario de sus vidas y obsesiones, un desfile de experiencias, fantasías y frustraciones".

Dividida en cinco apartados temáticos que ayudan a enlazar ambas vidas y trayectorias, en Bohemios se puede apreciar como la caricatura les sirvió a ambos para explorar la personalidad de sus modelos y experimentar con su propia imagen (Toulouse aquejado de una enfermedad congénita y dos fracturas de fémures que le impidieron crecer más allá del metro y medio de altura, explotó su inusual aspecto). Este aire caricaturesco se puede apreciar en varios retratos femeninos como Mujer con sombrero de plumas, Mujer con capa o Busto de mujer sonriente que Picasso presentó en su primera muestra en París y Jane Avril (1891-1892) de Lautrec.

Por su parte, Bajos fondos muestra la fascinación de ambos autores por el mundo de la noche. Lautrec siempre ajeno al que dirán, rompió muchas barreras y consiguió que el ambiente marginal y bohemio encontrase su propio protagonismo en el arte moderno. Hoy por hoy nadie entendería su obra sin las escenas de los bares de Montmartre o las estrellas de los espectáculos nocturnos que han inspirado a tantas generaciones posteriores.

Los llamados Vagabundos ocupan el tercer apartado, incluyéndose en él el mundo del circo, los saltimbanquis y los melancólicos arlequines con los que personificaron también la propia figura de los artistas plásticos en aquella época.

Por último las mujeres y la sexualidad, reunidas en los dos últimos apartados, Ellas y Eros recóndito. Aun tocando ambos temas, sus miradas fueron bien diferentes. La del francés, que durante un tiempo convivió con prostitutas en la maison close de la rue des Moulins, más empática y retratando su devenir diario, la del malagueño mucho más erótica, pornográfica y violenta.

Ninguno de sus predecesores, ni siquiera Lautrec, había llegado tan lejos, considera la comisaria Paloma Alarcó que concluye: "Si Lautrec se había consagrado como pintor de la vida moderna, Picasso se consagra como pintor de la modernidad"

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