Nuestro aparato fonador –todos los órganos del cuerpo que usamos al hablar- es muy peculiar. Somos capaces de generar sonidos muy complicados e incapaces de resolver otros aparentemente simples.
Hace casi 2.000 años, circulaba este chiste en Roma: "Beati hispani quibus bibere et vivere idem est". Traducido: "Dichosos los hispanos, para quienes beber y vivir es lo mismo". No se decía sólo porque a nuestros remotísimos antepasados que poblaban Hispania les gustara beber, sino también porque eran los únicos habitantes del imperio que no distinguían, al pronunciarlas, las b oclusivas de bibere y las v fricativas de vivere.
Unos once siglos después, en el Poema de Almería, una obra en latín de hacia 1150, se decía sobre los ya castellano-hablantes: "Illorum lingua resona quasi tympano tuba" ("Su lengua resuena casi como las trompetas de guerra"). Se refería el autor, entre otros sonidos, al rotundo de nuestra vibrante múltiple, nuestra para otras gargantas impronunciable r doble.
Ahora, tantos siglos después, dice la docta y ya tricentenaria Real Academia que, como hemos relajado nuestro aparato fonador y no somos capaces de pronunciar la d de idos sin convertirla en r (simple, no múltiple), se autoriza iros (pero no sentaros por sentaos, ni marcharos por marchaos...).
Queridos académicos: Recapitulad (que no recapitular), sosegaos (que no sosegaros), centraos (que no centraros). ¿Lo vuestro era limpiar, fijar y dar esplendor a la lengua o era lo contrario?
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