Los acontecimientos excepcionales y las situaciones límite pueden hacer aflorar lo mejor de las personas y de las instituciones. Así ha sido tras los atentados de Cataluña del pasado jueves: partidos radicalmente enfrentados e instituciones entre sí alejadas han sido capaces de reaccionar unidos ante la vileza yihadista. Pocas horas después de los ataques de Barcelona y de Cambrils, Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se sentaban juntos en un gabinete de crisis y atendían el clamor de la sociedad de reaccionar unidos al desafío terrorista.
Desarticulada la célula yihadista, harían bien el presidente del Gobierno y el president de la Generalitat de Catalunya en mantener abiertos esos puentes recientes, en no desmontarlos, en ser capaces de afrontar con diálogo y negociación otra situación también excepcional: la crisis en la que Cataluña vive desde hace ya media década por la pulsión independentista de una parte de su población y la mayoría de sus instituciones y la falta de respuesta política suficiente del Gobierno de España.
Rajoy y su Gobierno han de afrontar con más argumentos que el recurso a los tribunales ese problema político tan grave y complejo. Puigdemont y su Govern han de renunciar a la huida hacia adelante, a las maniobras de dudosa legalidad o clara ilegalidad de los últimos meses, y asumir que no solo representan a los catalanes independentistas, sino al conjunto de su sociedad, y que han de servir a toda ella.
Gobierno y Govern deberían formar un nuevo gabinete de emergencia, ahora sobre la crisis catalana, y hablar, dialogar, transar, pactar. A 40 días del 1 de octubre, el choque de trenes es aún evitable.
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