CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

Oda a Madrid: ¡Vivan las fiestas de la Paloma!

Carlos G. Miranda.
Carlos G. Miranda.
CARLOS G. MIRANDA
Carlos G. Miranda.

Soy de los que no tiene pueblo porque desciendo de gatos. De pequeño, cuando el resto de niños del barrio se iban en agosto a correr con las BH por sus Villarriba y Villabajo particulares, yo me quedaba en el parque comiéndome el Frigopie, más solo que la una. En septiembre me mataban de envidia hablándome de las fiestas, aquella semana en la que a sus padres se les rompía el reloj y les dejaban quedarse hasta tarde en la plaza. Bailaban el agarraó de la orquesta Dominó con las amigas de sus hermanas mayores y luego sus novios les tiraban al pilón.

Hasta que no tuve unos cuantos años más encima no me enteré de que yo también tengo verbena veraniega en la que bailar. Me refiero a la de la Paloma, esa virgen que compite con la Almudena por ser la patrona, aunque solo sea en espíritu, y que hace que Madrid se convierta en un pueblo. Por unos días, las plazas se llenan de Pichis, las fachadas se entrelazan con banderines y en las calles se puede ganar el perrito piloto tirando con la escopeta las tres latas. En el aire huele a gallinejas, choripanes, bocadillos de calamares y de cinta de lomo; todo bien bañado en aceite de ese que pone del revés a los médicos, pero estamos en fiestas y hay que brindar.

Los más gatos lo hacen con licor de Madroño en las tabernas castizas, aunque a lo que no renuncia nadie es a las cañas que, por unos días, se tiran en la calle porque los bares sacan las barras a pasear. Al bajar por la Carrera de San Francisco hasta la basílica del mismo beato empiezas escuchando un chotis, sigues con el Mambo nº5 y acabas el paseo con el Despacito (probablemente, esta última la oigas más veces).

En las fiestas de la Paloma todos los caminos llevan a las Vistillas. En la ladera de los jardines, los más atrevidos aprovechan el levantamiento del veto para hacer botellón al anochecer, con vistas a la catedral que desde allí hasta parece bonita. Lo de llamarles valientes es porque luego levantarse no es moco de pavo, que la pendiente tiene tanto peligro como las copas y es fácil acabar haciendo la croqueta. Las fiestas siguen en el escenario de los jardines del que por fin se ha bajado la banda de Mario Vaquerizo que tanta simpatía generaba a los que tenían antes la llave de la ciudad. Gustará más o menos, pero lo que no se puede negar es que el equipo de Carmena tiene mejor oído musical.

En estas fiestas se juntan en las calles abuelos, jóvenes, padres, niños, forasteros… Como en las de los pueblos, pero en Madrid  tiene más mérito porque es una ciudad en la que, de un barrio a otro, aunque solo los separen dos calles, hay fronteras. Si luces rastas los botellines te los tomas en Lavapiés y si eres más de castellanos lo tuyo son las copas en las terrazas del paseo con el nombre en femenino de tus zapatos. No sé si es porque en agosto ya quedamos pocos, pero en la Paloma se abren las tribus. La abuela de Puerta del Ángel baila el chotis con el señor de Prosperidad y el chico del Fabrik con la de los tatuajes de Malasaña. Y todo eso pasa en una ciudad que parece que cada día se despierta con menos personalidad.

Dicen que Madrid es fea y no queda bien ni en el cine, aunque a mí me parece que dependerá de cómo la ilumines y dónde pongas la cámara. Además, antes sí que brillaba en la pantalla, como en esa película de Pedro Lazaga en la que los autobuses de turistas hacían parada en Casa Mingo. Ahora les llevan a la cola para entrar en Primark de Gran Vía y luego a comer en Five Guys como Obama. Aquellos cines de barrio, en los que ponían en sesión continua a Tony Leblanc, ya han desaparecido. Los del centro, en los que vimos volar por primera vez a Superman, van camino de lo mismo, que necesitamos más tiendas franquiciadas para parecernos al resto de capitales.

De Madrid al cielo no sé si vamos a ir con lo poquito que queremos a nuestra ciudad… Al menos, durante unos días en los que el calor de agosto hace que se le derrita hasta la fama de fea, la capital puede ser menos acomplejada y disfrazarse de pueblo. ¡Vivan la fiestas de la Paloma!

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