CARLOS G.MIRANDA. ESCRITOR
OPINIÓN

¿Por qué hablamos un inglés macarrónico?

Carlos G. Miranda.
Carlos G. Miranda.
CARLOS G. MIRANDA
Carlos G. Miranda.

Según el barómetro del CIS, el 59,8% de los españoles ni hablan inglés, ni lo leen, ni lo escriben. El 40,2% restante se divide entre los millennials que pueden ver las series sin subtítulos y los que estudiamos la lengua de William Shakespeare antes de que los colegios bilingües se pusieran de moda. Al final nos aprendimos los phrasal verbs de memorieta, pero la estructura del inglés nos descoloca y hablamos el idioma con acento macarrónico.

El caso es que yo no tiro la toalla y me he apuntado a una academia. Privada, que llegué como diez meses tarde a la matrícula de los muy solicitados cursos del Ayuntamiento; estudiar inglés, entre las clases, los libros y los exámenes oficiales, es un lujo. Lo peor es que me han hecho un examen de nivel y estoy en el de siempre, upper intermediate. Se convertirá en advance cuando acabe el curso, pero volverá a su estado inicial en cuanto deje aparcado el inglés un tiempo. Lo sé porque eso es lo que me pasa desde los 00, aunque mi madre dice que no es culpa mía.

Sé que suena a que no quiere reconocer que su hijo es un cenutrio, pero ella insiste en que yo fui a EGB, el plan de estudios que se implantó en 1970 para que todos los niños tuvieran estudios elementales. Lo malo fue que, con las prisas, pasaron a dar clases que antes eran de bachillerato los maestros, entre los que había pocos con formación en inglés. La tradición española era la del francés como segunda lengua y duró un tiempo, que en mi colegio, al principio, el inglés eran clases extraescolares.

Conjugábamos el verbo to be en voz alta, rellenábamos huecos en ejercicios y los viernes nos ponían películas, aunque el modelo estaba equivocado porque se centraba más en escribir y leer, cuando la realidad es que pasamos mucho más tiempo vital hablando y escuchando. Lo de la inmersión lingüística llegó mucho después, que antes los españoles viajábamos poco y a países que quedaban cerca en los que, además, no hablaban inglés.

Nos habría ayudado mucho con el idioma ver la televisión en inglés. Nuestra generación creció con dibujos animados y películas dobladas, igual que Italia y Francia, los otros dos países con los que estamos a la cola en Europa en lo que a dominio del inglés se refiere.

En cambio, los de Alemania y Portugal cogieron oído desde pequeños porque sí los vieron en versión original. Lo peor es que aquí lo de los subtítulos sigue sonando elitista y encontrar un cine con blockbusters en su lengua no es tan fácil. La piratería y la necesidad de buscar subtítulos, lamentablemente, han hecho más por el aprendizaje de idiomas, aunque lo que de verdad está ayudando a los que vienen detrás es lo que ven en YouTube.

Mi sobrina, con 10 años, se parte de risa con vídeos en inglés sin tener que ponerlos dos veces y te pronuncia Burger King bastante mejor que el del anuncio. El caso es que yo también sé decirlo como un americano, pero ella no tiene una tara generacional que muchos llevamos de serie con esto de los idiomas: la vergüenza de hablarlo bien. A fuerza de años, sabemos más inglés del que creemos, pero sacarlo por la boca como los que lo tienen de lengua materna está penalizado. Es sinónimo de tirarse el rollo y da lugar a risitas al escucharlo. Somos un país que menosprecia al que hace algo bien.

Además, que si eres español igual no te hace falta controlar el inglés. Mariano Rajoy pasapalabra si no le hablan en la lengua de Cervantes y lleva el timón del barco, aunque la realidad es que a los que fuimos a EGB nos cierra puertas laborales no ser bilingües. Está claro que ya vamos tarde para eso y no podemos competir con los que llegan por detrás. A lo que sí podemos aspirar es a dejar de ver el inglés como un problema y más como una llave para cruzar fronteras y acceder a montañas de información. Para conseguirlo, necesitamos superar la barrera psicológica que nos hace creer que aún seguimos en lo de My tailor is rich. Tenemos que empezar por pronunciarlo bien. Sin risas.

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