Me pregunto cuantos catalanes se habrán acordado estos días del chiste de Eugenio. ¿Saben aquel que diu...? Un excursionista cayó a un barranco, quedó colgado de una rama y cuando gritó ¿Hay alguien ahí? para pedir auxilio oyó una voz. Era Dios, que le invitaba a dejarse caer: le mandaría un coro de ángeles que con sus alas batirían el aire y lo devolverían  a tierra firme.

-Gracias —contestó— pero... ¿hay alguien más?

Me hago esa pregunta desde hace meses. Desde que empezó el festival (hace tiempo que dejó de ser un simple recital) de incapacidad política. Quienes hablan desde las alturas ofreciendo un futuro celestial, ya sea con las alas de una independencia proclamada por las bravas, ya sea con las de una España inamovible y remendada por el 155, aun pueden mover algunas emociones, pero no pueden convencer ni a los convencidos. Ellos y sus arcángeles son responsables de este monumental fracaso. Hace tiempo que no vemos en el tablero una jugada que nos haga gritar a todos de entusiasmo o al menos suspirar de alivio. El jueves vivimos por unas horas la ilusión de que alguien estaba dispuesto a recular, a hacer cambios en el escenario que permitieran empezar un nuevo acto en esta tragicomedia que ya no parece sainete sino drama tenebroso.

Pero no. Enseguida asistimos a una buena versión, corregida y degenerada, del penoso espectáculo del 6 de septiembre. Que si sí, que si no, que si ahora, que si luego, que si retraso, que si suspendo, que si atraso, que si convoco, que si (es lo que ocurrió finalmente) proclamo... Mientras tanto en el Senado, también con digodiegos y titubeos (lógicos ante una decisión tan grave y de tan incierto futuro), se daban los pasos necesarios para intervenir en  Cataluña, al amparo del artículo 155 de la Constitución.

Llegado a este punto, me gustaría poder cargar las culpas sobre Puigdemont o sobre Rajoy, como hacen a diario colegas de Madrid y de Barcelona. No puedo. La búsqueda de culpables me parece tan antiestética como inútil. Además, para saber quien es el más culpable de todos habría que hacer la foto finish. Si miras hacia atrás (yo no pienso hacerlo) verás un reguero de culpables por acción, por omisión o por simple oportunismo.

Pero una cosa es renunciar a repartir culpas y otra olvidarse de las responsabilidades. Las culpas se pueden quedar en el pasado, pero las responsabilidades afectan al futuro: los responsables de los problemas son también responsables de buscar las soluciones. Lo he oido muchas veces, estos meses:

-Este es un problema creado por los políticos y son los políticos quienes tienen que resolverlo.

¿Servirán los actos políticos de los últimos días para resolver, o encarrilar este problema de convivencia, que es uno de los más graves de los últimos cien años? No creo. La aprobación de la DUI equivale a tirarse al barranco y la aplicación del articulo 155, por legítima, necesaria o inevitable que sea, no resuelve un parte esencial de la cuestión: que los promotores del procés han logrado envolver en una bandera de emociones a dos o tres millones de personas y en el resto de España varios millones más han respondido envolviéndose también en banderas y algunos recurriendo a esos gritos terroríficos (¡A por ellos!) con los que comienzan siempre los peores momentos de la Humanidad.

Es verdad. Es un problema de los políticos que deben resolver los políticos. Desde luego, no surgió ni de lejos por una demanda popular. Fueron políticos con un comportamiento tribal quienes crearon el problema y luego avivaron los sentimientos más primarios de la población, que ahora es la víctima de sus desatinos y sus errores; de su monumental fracaso. Ellos son quienes deben encontrar las vías políticas —que siguen siendo las únicas posibles— para resolverlo. Pero usted y yo, aquí seguimos. Muertos de miedo y de pena, agarrados a la rama y preguntando: ¿hay alguien mas ahí?