CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Las golondrinas son nuestros refugiados

César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
César Javier Palacios, colaborador del 20minutos.

Las golondrinas ya están aquí, cada vez más pronto. Las primeras, como siempre, se han visto en Andalucía y Extremadura. Las castellanas y aragonesas tardarán todavía más de un mes en aparecer, pero en abril las tendremos a todas, puntuales a su cita con la naturaleza. Heraldos de la primavera, su prematura llegada anuncia el final de un invierno atípico, suave, sin lluvias ni nieves de importancia por culpa de este cambio climático que tantas desgracias nos va a traer. Ellas lo saben, vete tú a saber cómo, y por eso año tras año han ido adelantando su aparición. En apenas medio siglo, tres semanas antes. Más pronto, pero en menor número, pues las estamos diezmando. Pesticidas, contaminación, abandono del campo, industrialización de la agricultura y la ganadería tradicional explican que la población española de golondrinas se haya reducido un 30% en la última década. 10 millones de ejemplares menos, que se dice pronto. A millón por año.

A pesar de todo, tenaces, ya las tenemos de nuevo alegrando nuestros cielos. Han pasado los últimos cinco meses de vacaciones en el golfo de Guinea, a más de 3.500 kilómetros de sus lugares de cría, y ahora regresan poco a poco, con un desfase de hasta tres meses entre el norte y el sur. Es el tiempo necesario para que sus fuentes de alimentación estén bien nutridas. Una sola de estas golondrinas es capaz de comerse unos 60 insectos a la hora, moscas pesadas y rabiosos mosquitos tigre incluidos, más de 300.000 al año; dos millones a lo largo de su corta vida, entre 6 y 8 años de media. Las primeras en aparecer son siempre viejos machos, los más expertos y por ello más capaces de sobrevivir con todavía unos recursos muy limitados. Pero todas llegan superhormonadas.

Lo acaba de descubrir un grupo de investigadores de varios centros científicos alemanes. Una hormona denominada grelina controla el comportamiento migratorio de las aves. Junto con la leptina y el cortisol, es la misma que a nosotros y al resto de los mamíferos nos regula el apetito. Paras de comer no porque ya no te quepa nada en el estómago, sino porque estas sustancias le dicen a tu cerebro que ya no hace falta más comida. Lanzan el mensaje de saciedad. Pero para los pájaros migratorios es diferente. A ellos les provoca unas ganas irrefrenables de seguir su larguísimo viaje.

La investigación se ha realizado en concreto con currucas mosquiteras, un pequeño pajarillo de canto inconfundible pero casi imposible de ver pues siempre vive oculto entre la vegetación de árboles y arbustos. Como explican desde SEO/BirdLife, la veterana asociación de protección de las aves, cuando en experimentos realizados en laboratorio les inyectaron grelina a un grupo de aves cautivas estas mostraron una disminución del apetito y un aumento de su inquietud migratoria. Lo mismo les ocurre cuando en el campo hacen una parada para reponer fuerzas en sus kilométricos viajes. En cuanto acumulan un poco de grasa, la hormona las obliga a dejar de comer y seguir camino.

Al final, seres humanos y animales nos movemos por lo mismo, por comida. Las golondrinas o las cigüeñas no se van a África huyendo de los fríos. Huyen del hambre. Y lo mismo las migraciones humanas. Desde que el Homo sapiens salió igualmente de África hace ahora 100.000 años, no hemos parado de buscarnos la vida nutricia, ya perteneciéramos a la cultura neolítica, ibera, fenicia, romana, visigoda, árabe o europea. Somos la especie inquieta. Por eso la migración sigue hoy en día más reactivada que nunca, azuzada por un cambio climático que afecta a los colectivos más débiles y pobres del planeta. Pero en este caso la culpa no la tiene una hormona. La tiene el hambre. Y contra la falta de alimento, las guerras y la desigualdad, no hay más solución que la acogida ordenada. Los refugiados deben ser nuestras golondrinas más queridas. Sus migraciones no se pueden parar levantando muros, sino alzando manos de saludo.

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