CÉSAR JAVIER PALACIOS. PERIODISTA EXPERTO EN MEDIO AMBIENTE
OPINIÓN

Llegan las macrogranjas a la Siberia española

¿Cómo te imaginas una granja? La mayoría conservamos en el subconsciente una idílica imagen copiada de los cuentos infantiles, con gallinas picoteando el suelo, vacas pastando en las praderas, cerdos bañándose en el barro, ovejas balando y fuertes granjeros amontonando entre risotadas felices grandes fardos de heno recién segado. Pero esas granjas no existen. Desaparecieron hace décadas. Menos del 10 por ciento de nuestras granjas son mixtas, crían más de un tipo de animal y los alimentan con sus propios cultivos. Una cifra insignificante, pues manejan rebaños mínimos. La inmensa mayoría son ahora grandes explotaciones ganaderas especializadas en la producción de carne y leche barata, abastecidas con piensos a base de soja y maíz transgénico producidos a miles de kilómetros de distancia. Animales encerrados por miles en grandes naves semiautomatizadas, sin más horizonte que el abrevadero ni más sol que potentes focos eléctricos. Esos lugares cuentan con todos los permisos medioambientales y sanitarios necesarios, pero si un día los visitáramos saldríamos corriendo espantados.

La culpa la tuvo la Segunda Guerra Mundial. Concluida esa terrible matanza, el planeta quedó hambriento y viudo. ¿Cómo alimentar a los supervivientes? El desarrollo durante la contienda de las armas químicas abrió el camino a la producción barata de pesticidas y herbicidas. La industria militar dio paso a la agroalimentaria. Ya no hace falta criar  vacas en Galicia ni ovejas en Castilla. Si tienes el aval de un banco, cualquier sitio sirve, sea montaña o desierto. Granjas con más de un millar de vacas son habituales en tierras tan poco vaqueras como Valladolid o Córdoba. Pero también esas moles tienen los días contados. Se han quedado pequeñas. No son rentables. Ahora es el turno de macrovaquerías promovidas por potentes empresas. Instalaciones gigantescas con más de 100.000 vacas, gallinas o cerdos malviviendo en colosales naves industriales.

En Soria tienen miedo. La Junta de Castilla y León está a punto de autorizar una megalechería para 20.000 vacas en Noviercas, un pueblecito de 155 habitantes. Criará más vacas lecheras que todas las existentes en Euskadi. El mismo proyecto lo han rechazado el País Vasco y Navarra debido a su altísimo coste ambiental, pero sobre todo social. Será la más grande de Europa. Según COAG, sustituirá 432 explotaciones familiares, destruirá 726 empleos en zonas rurales y generará el doble de residuos orgánicos que toda la población de Castilla y León. Pero dice su presidente, el popular Juan Vicente Herrera, que es preferible tener un proyecto de estas características implantado en Soria que diez kilómetros más allá de la linde regional. Él lo considera una oportunidad de oro, pues traerá una inversión de unos 95 millones de euros y creará entre 250 y 400 puestos de trabajo más o menos precarios.

En Brihuega (Guadalajara, 2.600 habitantes) pretenden implantar otra macrogranja similar, solo que con 36.000 cerdos. La explotación generará 258 toneladas de purines y consumirá más de 120.000 metros cúbicos de agua al año. En Singra (Teruel, apenas 80 habitantes) otra megagranja porcina producirá como mínimo 70.000 lechones al año con Denominación de Origen certificada.

Soria, Guadalajara, Teruel. La Siberia española. La España vacía y despoblada se está transformando en el basurero de la España urbana. Los especuladores alimentarios han puesto sus ojos en esos lugares donde ya no queda nadie para protestar. Contaminación de suelos y aguas, antibióticos por arrobas, malos olores, plagas de moscas, residuos, enfermedades respiratorias, trabajos mal pagados. Todo para producir leche y carne barata que engordará nuestras cinturas agudizando la actual pandemia de obesidad porque lo de comer bien, elegir alimentos ecológicos, sostenibles, de proximidad, lo consideramos un lujo. Pero es un error. Como decía mi abuelo, lo barato al final siempre sale caro.

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