La muerte de Rosa el lunes nos ha golpeado a todos con el mazo de la realidad al poner nombre y edad a una situación que hasta ahora conocíamos como pobreza energética: Rosa, 81 años.
Más allá del lamentable cruce de reproches entre las administraciones y la distribuidora eléctrica sobre de quién es la responsabilidad de que Rosa llevara dos meses sin luz (tampoco tenía agua ni podía pagar el alquiler) sería sensato que todos reflexionáramos sobre la parte de responsabilidad que nos toca en los casos de tantas y tantas Rosas que es posible que tengamos alrededor. Y es que su muerte produce un vacío inmenso y mucha tristeza. Estos días, caminando por calle veo personas mayores, la mayoría de ellas mujeres solas, y no puedo evitar preguntarme en qué situación se encuentran.
No hace ni un mes que hablábamos de la red ‘Radars’ que involucra al comercio local y a las farmacias en los barrios para detectar casos como los de Rosa que, al margen de si aceptan o rechazan la ayuda, tienen el derecho a vivir dignamente. Estamos en noviembre, justo ha empezado el frío y muchas familias no podrán calentar sus hogares estos meses. Solamente en Catalunya , el 9% de las familias vive en situación de pobreza energética, ese concepto que hoy tiene nombre propio y se llama Rosa y que no puede caer en el saco del olvido de la información ni pasar a ser el primer nombre de un contador imparable.
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