Les propongo un juego de justicia ficción. Imaginen ustedes que Rajoy prestó su declaración en la condición de acusado y no de testigo. Figúrense que, en vez de en su coche oficial, ha entrado en la Audiencia en un furgón de la Guardia Civil. (Comprendo que les pido un esfuerzo enorme de imaginación y no sé si serán capaces. Para comprobar si lo han conseguido, ustedes mismos observen si las gracietas del declarante ahora les parecen desplantes, si las sutilezas de sus respuestas les parecen evasivas, y si las gallegadas les parecen salidas por la tangente).
En suma, supongan que ha ejercido el derecho a no declarar contra sí mismo. Repasen ahora todas sus respuestas. ¿Les resultan a ustedes creíbles desde las máximas de la experiencia? ¿Sus explicaciones parecen coherentes con las circunstancias periféricas del caso que se conocen? ¿Las contestaciones sobre los mensajitos que envió a Bárcenas les parecen a ustedes suficientes?
Constitúyanse ustedes en miembros de un jurado imaginario, que hubiera escuchado exactamente lo que ha declarado Rajoy, pero sentado en el banquillo y no en un palco. Ahora dicten su veredicto sobre estos tres hechos: 1. Si el acusado conoció o no las cuentas del PP cuando era secretario general del partido. 2. Si conoció o no a Correa y al Bigotes y los servicios que prestaron al partido. 3. Si cuando envió a Bárcenas los mensajes desde el móvil sabía o no cuáles eran las actividades ilícitas imputadas al tesorero. En efecto, su veredicto es la respuesta adecuada. Han ganado el juego.
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