HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Sonría por favor

HELENA RESANO
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¿Se ha parado a pensar cómo saluda cuando le tienden la mano? ¿Mira a los ojos, pone la palma hacia arriba, atrae con su brazo al otro? Estos días se analiza con lupa el exagerado apretón de manos que suele dar Donald Trump a sus interlocutores: lo repite siempre. Les mete un buen zarandeo y después de dejarles el hombro dislocado los atrae con un buen tirón hacia él. Sumisión, marcar su territorio, demostrar su dominio. Seguro que han leído mucho sobre esto en este mes. Los expertos en lenguaje corporal han diseccionado cada uno de los gestos de Trump. Hacia dónde mira, cómo coloca sus pies. Al primer ministro japonés se le llega a ver preocupado ante las cámaras: Donald Trump lleva casi 20 segundos zarandeándole con el brazo, frente a los fotógrafos y cámaras. Y al pobre Shinzo Abe se le congela la sonrisa, no sabe si llorar o pedir tiempo muerto porque el brazo se le ha desencajado. A Trump le gusta demostrar que él manda, mucho, y que nadie le tose. Ni el aclamadísimo Justin Trudreau, el primer ministro canadiense, que avisado de los apretones de manos del magnate, se adelanta y le coge por el hombro para evitar ese último empujón con el que termina Trump sus saludos. Es lo que tiene tener un buen equipo de asesores, que te ayudan a no hacer el rídiculo ni siquiera en el saludo protocolario. Aunque esto sinceramente ya no vaya ni de protocolo.

Hace unos días, 35 psicólogos y trabajadores sociales enviaron una carta al New York Times advirtiendo de que había signos claros de la grave inestabilidad emocional de Donald Trump. En Estados Unidos la Asociación Americana de Psiquiatría decidió en 1973 que no se hablaría sobre el estado mental de las figuras públicas, pero han decidido romper ese pacto, por lo mucho que hay en juego, dicen, y porque temen que el nuevo cargo de Trump empeore su estado: incapacidad para tolerar opiniones contrarias, distorsión de la realidad y capacidad de atacar a quienes cuestionan su discurso. Dicen que este tipo de personas elaboran una especie de mito en torno a lo que son. Seres superiores en posesión de la verdad. Y haber llegado al despacho oval, señalan, no ayuda demasiado a mitigar todos estos síntomas. Más bien lo contrario. Por eso terminan la carta diciendo que la enfermedad incapacita a Trump para seguir ejerciendo su papel de presidente.

Un ejemplo lo hemos visto este fin de semana: se inventó un atentado en Suecia, confundió su realidad paralela con la realidad del resto de los humanos. Pero a él le dio igual. Y a los suecos, les dio la risa. Quizás ese sea el camino a seguir. Demostrar que tenemos mucho sentido del humor con las ocurrencias de este señor. Pero es que este señor es el presidente de los Estados Unidos. Y solo lleva un mes. Y todavía no ha tenido que tomar decisiones en situaciones de crisis. Seguiremos sonriendo... como los suecos.

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