HELENA RESANO. PERIODISTA
OPINIÓN

Yo y mis redes

HELENA RESANO
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Yo y mis perfiles en redes sociales nos toleramos mutuamente. Tengo Twitter, que uso a diario; Instagram, que utilizo de vez en cuando; una página en Facebook que no utilizo nunca, y un blog en Wordpress que tengo un poco abandonado. Twitter lo abrí porque mi marido me lo descubrió. Y me pareció una estupenda herramienta que, bien usada, podía ayudarme en mi trabajo. En el caso de Instagram llegué mucho más tarde y de la mano de mi hija: estuvo meses suplicándome poder abrirse un perfil y mi condición fue que me enseñara las fotos (entonces tenía casi 13 años) y que yo le pudiese seguir. A Snapchat llegué meses más tarde y exactamente igual, de la mano de mi hija adolescente. Pero esta vez con peor éxito: no me vi capaz de manejarlo, y un año después reconozco que tengo un perfil en Snapchat del que ni sé las claves ni cómo funciona. Y ahí está, muerto en la nube.

En el caso de Twitter y Facebook reconozco la utilidad informativa. Puramente informativa. En el resto la vanidad lo baña todo. Hay que enseñar mucho: muchas fotos de dónde estás, qué te pones, qué comes, con quién estás, qué playa pisas, qué local de moda visitas, qué obra de teatro has ido a ver. Enseña, enseña y enseña. Y yo, tímida, recelosa de mi vida, no acabo de hacerme con ello. Mi meta es pasar desapercibida cuando no estoy delante de la pantalla. En vacaciones más aún. Y si puedo estar en un lugar en el que no hay cobertura, mejor. Vacaciones y desconectar es sagrado. Y si cuelgo fotos más privadas es porque me ayudan a explicar por qué ese día no he estado en el informativo. Lo hice hace poco cuando operaron a mi hijo pequeño, de urgencias. Y la foto acabó en revistas con el titular "Susto de la periodista Helena Resano por la salud de su hijo". Así que, aprendida la lección, este verano he estado "desaparecida". Feliz. Y pasmada con la frenética actividad en redes de mi hija. La familia entera hemos sido sus reporteros. Su hermano pequeño ha estado tentado de cobrarle por cada foto que le ha tenido que sacar. Y lo peor vino cuando llegamos a un sitio en el que no había cobertura ni red. Literalmente entró en crisis: no tenía ninguna posibilidad de conectarse y cuando lo comprobó nos miró desencajada: "Necesito tener red, tengo que seguir con mis rachas en Snapchat". Primero, qué son eso de las rachas; y segundo, lo siento, pero no va a ser posible. Hasta dentro de dos días... Y entonces creí que se iba a desmayar. No exagero. Me preocupé seriamente por su nivel de enganche. Luego, observando a las niñas de su edad, me di cuenta de que la obsesión por la foto es generalizada. No sueltan el teléfono, se hacen miles de selfies, los repiten, los vuelven a repetir, suben el teléfono más, giran la cabeza, por supuesto ponen morritos... Da que pensar.

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