IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

De qué hablamos cuando hablamos de desigualdad

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

‘Desigualdad’ es una palabra abstracta, a la que nos cuesta poner rostro. Sin embargo, la desigualdad es, sobre todo, una relación entre las personas, y como tal tiene millones de caras. Ningún político la defiende abiertamente, por supuesto, estaría feo. Sin embargo, sí practican las políticas que generan desigualdad, con sus efectos devastadores en la sociedad.

El Instituto Nacional de Estadística ha hecho pública su encuesta de Presupuestos familiares, cuyos datos reflejan las consecuencias de las políticas de recortes durante la crisis, y que siguen vigentes hoy. Los hogares madrileños han pasado de gastar 478€ anuales en educación en el año 2008 a gastar 678€ en 2016. El incremento es de nada menos que el 42%, y ha tenido lugar al mismo tiempo que las familias reducían muchos otros gastos. Existe una clara conciencia de que la educación es la mejor inversión que se puede hacer en los hijos.

Lo que ha sucedido es que, al mismo tiempo que las familias aumentaban su gasto privado, se disminuía el gasto público. En esos mismos años, la Comunidad de Madrid gobernada por el Partido Popular recortó 400 millones de euros del presupuesto de Educación, más de un 8%. Desde las escuelas infantiles hasta la Universidad, la educación de calidad se ha encarecido. Como nadie quiere privar a sus hijos de oportunidades, la ecuación familiar es sencilla: si tenemos que ahorrar de algo, que no sea de educación.

Ni aún así todos pueden afrontar ese incremento de gasto. Lo que sucede cuando el Estado deja de invertir en Educación y traslada esa carga a las familias es obvio: los hogares de rentas más bajas dejan de acceder a ciertos niveles de formación, que se convierten en un lujo inasequible. Los hijos de esas familias pierden oportunidades laborales y salariales… No sólo se produce desigualdad en el presente, sino que se perpetúa la desigualdad futura.

El llamado ascensor social deja de funcionar, pero cómo esa movilidad constituye la gran promesa de la economía de mercado, se genera frustración y resentimiento: ahí tenemos el pasto social que ceba el populismo. Además, recortar y encarecer la educación significa privarnos, como sociedad, del talento de los mejores a cambio del talento de los adinerados: una auténtica fuga de cerebros interior.

Por último, las desigualdades endémicas están asociadas al atraso de la sociedad en su conjunto, como demuestran numerosos estudios. Mucha gente contempla la desigualdad desde el punto de vista ideológico y no le preocupa demasiado, pero son tantos los males sociales, económicos y políticos asociados a ella que obviarlos ya no denota sólo insensibilidad, sino pura y simple irresponsabilidad.

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