IRENE LOZANO. ESCRITORA Y DIRECTORA DE THE THINKING CAMPUS
OPINIÓN

Lo que pudo y puede hacerse en Cataluña

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

A nada que uno observe la psicología humana, emerge enseguida nuestra infinita capacidad para autoengañarnos. Nos podemos mentir a nosotros mismos sobre casi cualquier cosa, pero hay algo que se nos da especialmente bien: eludir nuestra responsabilidad, para endilgársela a otro.

Hannah Arendt logró su más penetrante comprensión del alma humana cuando acuñó el concepto de 'banalidad del mal'. Su perplejidad ante el comportamiento del jerarca nazi Adolf Eichmann, que contribuyó al asesinato de cientos de miles de judíos, sin ser un demonio, ni tan siquiera un monstruo. Durante el juicio, Eichmann aseguró que había actuado correctamente, ya que había sido educado en la ética kantiana del cumplimiento del deber. Naturalmente, Kant se revolvería en su tumba, pero la auténtica convicción de aquel nazi era que su comportamiento fue correcto: solo había obedecido. Por tanto, no era responsable.

El momento que se vive en el conflicto con Cataluña es muy peligroso, no porque sus dos principales actores sean malvados, sino porque son unos irresponsables. Puigdemont está convencido de obedecer un mandato ineludible, el de una mayoría de catalanes que quiere, no la independencia, sino decidir sobre ello. Rajoy, por su parte, se sujeta al mandato de la legalidad, y afirma que no hace lo que quiere, sino a lo que la ley le obliga. Ambos encarnan entes superiores y abstractos: el pueblo y la ley, respectivamente.

Por supuesto, los dos están equivocados, por muchas razones, que se resumen en una para cada uno: el pueblo de Cataluña no quería votar de esta forma, y la Constitución se puede cambiar. Pero lo que convierte en crítico este momento no son sus equivocaciones, sino la forma en que han delegado su responsabilidad en otros: Rajoy, en los jueces; Puigdemont, en los manifestantes. Lo que hagan a partir de ahora los jueces en sus juzgados —policías mediante— y los manifestantes en las calles no está en manos de ninguno de los dos. La espiral acción-reacción se ha desplazado a dos colectivos difusos. Es decir, la situación está fuera de control.

¿Qué se puede hacer? Lo que se pudo hacer siempre: encauzar por vías políticas un problema que es de naturaleza inequívocamente política. En democracia no se tumban gobiernos en la calle ni en los tribunales, sino en las instituciones de la deliberación y la transacción. Pero esa conversación no podrá darse entre estos dos hombres. Cada uno piensa en su salvación personal, lo cual, bien mirado, simplifica las cosas. Cuando vuelva la calma, que dimitan ambos: los dos irresponsables que deliberadamente quisieron perder el control de la situación. Ya que no buscaron el win-win, que sufran el lose-lose.

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