Hace poco más de una semana tras el discurso ambiguo de Puigdemont en el Parlament muchos ciudadanos respiramos aliviados al creer que era una decisión que rebajaba el creciente clima de tensión.

Antes de ese día, algunos empezaban a trasladar su preocupación por la situación general en Catalunya a temas más cotidianos ante la dificultad para desarrollar su día a día. Se empezaba a hacer público el malestar por las caceroladas cada noche a las 22h, sin respetar la tan aclamada "Reforma Horaria"; por los cortes continuados de tráfico en Barcelona…  Pero ese martes llegó el silencio a las 22h y la tranquilidad a la plaza Universidad, epicentro de las protestas. Y la tensión se trasladó a donde nunca debiera haber salido: a los despachos de los políticos que son los que deben negociar.

Pero el lunes la cuerda se tensó de nuevo y —con la encarcelación de Los Jordis— la revuelta volvió a la calle pero con los ánimos más crispados que en días anteriores. Y por la noche al sonar las cazuelas en mi barrio, ahora hay discusiones de balcón a balcón y ayer sentó fatal que la Diagonal estuviera cortada durante todo el día para retirar la cera de las velas que se encendieron durante la protesta convocada por ANC y Òmnium. Es una grave irresponsabilidad política que la tensión se adueñe de las calles.