JOSE ÁNGEL GONZÁLEZ. PERIODISTA
OPINIÓN

Carta a Gloria Fuertes, poeta centenaria

Su categórica presencia -disfrazada de señora corriente y moliente, pero, he ahí el diferencial que la hacía monumento, siempre carialegre, como una máquina de palomitas de maíz de producción gratuita e interminable- fue viral en España mucho antes del estreno de la palabreja. Añoro en su año-centenario no haberla conocido como niña saltimbanqui, de esas que anuncian futuras metáforas con cada voltereta, en el barrio laberinto de Lavapiés: el hogar humilde en la calle de la Espada, el padre bedel, la madre costurera y criada; añoro no haberme herido con usted las rodillas en uno, dos, tres, topetazos contra el pavimento, cuero de tambor para las caídas de los niños que hacen del mundo pistas de circo, no sudar en un pilla-pilla eléctrico, no sufrir, como tantos, como casi todos, en el matadero de la Guerra Civil, quizá boquiabierto mientras la niña voladora y doliente aliñaba versiones primeras de alguno de sus poemas más hippies: "Las pistolas (ni de agua) / El revólver (ni de broma) / La escopeta (ni tocarla) / Los juguetes para todo / Y las armas para nada".

Allá donde esté ahora, en un espacio de seguro desordenado como un patio de recreo, me gustaría preguntarle qué opina de todo esto: la vivencia subrogada, el juego inmóvil, el mareo colectivo de los tan hiperconectados y tan huraños, la llegada del frente de batalla a las salas de estar, la vulgaridad de lo transitorio, la liviandad de las ideas... ¿Es posible hoy un verso sobre una pata mete patas y un cerdito enamorado? ¿Tiene sentido decir que "la poesía no debe ser un arma, debe ser un abrazo"? ¿Caben en este mundo mecánico héroes llamados Cocoloco, Pelines, el pirata Mofeta y el cisne Plumilindo? ¿Hemos decepcionado su optimismo sin puertas? Es usted anacrónica, poeta Fuertes, anacrónica como la miel vendida puerta a puerta, las madres costureras, la voz áspera de una fumadora camino al cáncer sin dejar de cantar nanas, la feminidad lésbica no convertida en bandera y los óleos azucarados de Murillo. Pienso en usted como una vieja-niña, el anverso del niño-viejo Kafka, al que, salvadas las franquicias ilusorias de época, historia y nación, quizá usted habría salvado del reino de sombras de la vida en los abismos de Praga con un par de consejos de la calle de la Espada de Lavapiés. El primero: "Antes de contar las sílabas, los poetas tienen que contar lo que pasa". El segundo: "Escribo como escribo, / A veces deliberadamente mal, / Para que os llegue bien".

Admítame en el juego, Jose Ángel González

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