JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. ESCRITOR
OPINIÓN

Carta a Aung San Suu Kyi, ministra de Myanmar

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

Es notable como una mancha de sangre se agranda por días en su blanca túnica budista, señora poliministra y presidenta en la sombra de la castigada tierra birmana. ¿Con qué ánimo recibió la reciente carta abierta que le dirigieron doce nobles personas que, como usted en 1991, han merecido el Nobel de la Paz, entre ellos Desmond Tutu, el dalái lama y Malala Yousafzai, para señalarla como culpable directa de una "gran decepción"? Estoy seguro de que Bono, gran repartidor de santidades, ha contribuido al rechazo retirando del repertorio de U2 Walk On, la canción que le dedicó como símbolo de la lucha terca a favor de los derechos humanos. Recuerdo su perfil de tallo de arroz como una luz leve pero duradera que asomaba de la casa de Rangún donde los militares, durante los años de culatas y torturas de sucesivas dictaduras, la castigaron con arresto domiciliario durante casi cuatro décadas. En algún momento me sedujo la idea de saldar mi deuda de desconocimiento de Myanmar viajando al país en el momento en que usted fuese otra vez una ciudadana libre y pudiese posar sus leves 48 kilos allá donde le diese la gana. No me duele no haber cumplido aquel sueño. Desde marzo, cuando su partido barrió toda oposición en las primeras elecciones democráticas, se ha dedicado usted —presidenta de facto: no lo es porque la Constitución prohíbe que el cargo sea ocupado por birmanos casados con extranjeros y con hijos nacidos fuera del país y su marido e hijo son ingleses— a promover matanzas, persecuciones y odio racial con los rohinyás, la minoría musulmana del sur de Myanmar. Es, piensa usted, la única forma de evitar el yihadismo en la región y se ha atrevido a declarar, inaugurando una impensable escuela xenófoba del budismo, la religión de la infinita tolerancia, que los miembros de la etnia, establecidos en la misma tierra desde hace centurias, no son birmanos, sino bengalíes. Hacia Bangladés los están empujando por decenas de miles a golpes de machete y disparos de automática. Como usted misma sabe, los reprimidos en este progromo no son los yihadistas, sino los parias, desde ahora potenciales yihadistas cargados del mismo odio que reciben. Leo una cita de uno de sus discursos a los birmanos durante los años de encierro que sufrió, mujer de la túnica ensangrentada: "No es el poder lo que corrompe, sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a aquellos que lo ejercen y el miedo al azote del poder corrompe a aquellos que están sujetos al mismo".

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