JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ
OPINIÓN

¿Es aún necesaria la 'Sinfonía de las Lamentaciones'?

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

L os obituarios anunciando el colapso pulmonar que mató en 2010 al músico polaco de 76 años Henryk Gó recki abundaron en el recuerdo de una obra desolada y hermosa, la Tercera Sinfonía (Opus 36), más conocida como Sinfonía de las Lamentaciones.

Se cumplen en 2017 cuatro décadas de la pieza de 55 minutos y tres movimientos. En la velada del estreno, en un festival de vanguardia y durante los momentos finales, mientras la orquesta repetía 21 veces un mismo acorde, un atenuado y lentísimo La Mayor, el notable compositor Pierre Boulez, sentado al lado de Górecki, perdió los papeles, se levantó y gritó con amanerada gesticulación y antes de abandonar la sala: "¡Mierda!".

Cuánto se equivocaba Boulez en su pataleta también lo demuestra el otro aniversario que celebramos este año: el cuarto de siglo de la edición en 1992 del disco de música clásica más vendido de la historia, la única pieza culta contemporánea que se ha colado en los hit parade generalistas: la Tercera Sinfonía de Górecki, interpretada por la London Sinfonietta, dirigida por David Zinman y con Dawn Upshaw como soprano.

El álbum, publicado por la discográfica Nonesuch, llegó a vender 10.000 ejemplares al día, fue el sexto más despachado y ya lleva dos millones de unidades.

Górecki compuso la sinfonía sobre la idea de un lamento por los abismos de las guerras, la atroz separación de los seres queridos y la orfandad colectiva, el gran suplicio y el más contumaz marcapasos del siglo XX y lo que llevamos del XXI. La música, que la crítica colocó en un subgénero nuevo al que llamaron minimalismo sagrado, es desolada y hermosa, con una partitura poco académica que ensambla estilos folclóricos, religiosos, corales y diatónicos.

Calma, simple, meditativa y dolorosa, abrió el camino a una escuela de músicos que cultivaron la elegía funeraria, la poética musical del dolor como forma expresiva; entre ellos, los hoy muy aclamados John Tavener y Arvo Pärt. El saxofonista de vanguardia Colin Stetson –colaborador de Arcade Fire y Bon Iver– reimagina la obra en el reciente homenaje Sorrow, editado para recordar los 25 años de la grabación de 1992.

La sinfonía procede de tres fuentes: una canción popular de Silesia, A dónde se ha ido mi querido hijo, que describe el dolor de una madre por su primogénito, caído durante la guerra; un tema popular del siglo XV sobre las palabras de consuelo e impotencia de María ante Jesús crucificado: ("Hijo mío, amado y querido, comparte las heridas con tu madre"); y una inscripción en la celda de un centro de detención y tortura de la Gestapo en el sur de Polonia, garabateada antes de su asesinato por la campesina de 18 años Helena Wanda Błażusiakówna: "Oh madre, no llores, no. La Inmaculada Reina Celestial me socorrerá siempre".

Górecki, con un abuelo asesinado en Dachau y un tío en Auschwitz, consideraba de una "pobreza vital terrible" que la música formulara propuestas políticas o aconsejase formas de comportamiento. No le parecía adecuado introducir paroxismos particulares en un terreno que debía ser sagrado. Cuando le hablaron de la cárcel nazi, al pie del macizo del Tarta –una zona que visitaba a menudo–, fue a las ruinas para leer las últimas palabras de los presos.

Encontró que las inscripciones eran "como gritos" desesperados. "Soy inocente. Asesinos. Libertad... Era todo de ese tono. Tal vez yo hubiera usado las mismas palabras de estar allí encerrado esperando la muerte, pero me pareció demasiado banal. Los adultos exclamaban con furia y una chica, casi una niña, dejaba de pensar en sí misma y se dirigía a su madre, víctima del más cruel y duradero desamparo. Me pareció una lección extraordinaria", dijo el compositor en una entrevista.

"Si es usted capaz de vivir sin música durante dos o tres días, hágalo. Es mucho mejor pasar el tiempo con una chica o bebiendo cerveza", añadió en otra

ocasión. Górecki, que se definía como un "recluso del sonido", trabajaba hasta el agotamiento y consideraba esa tortura el precio a pagar por ser capaz de componer música. Sus hijos, nietos y amigos no le recuerdan tan feliz como tocando el violín con los viejos músicos de las montañas, pero su sinfonía es la música más triste y abisal en muchos hogares del mundo, el abrazo sepulcral que compartimos quienes no nos conocemos pero nos presentimos en la niebla deshilachada de la vida.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento