Estamos cambiando el clima de forma acelerada. La civilización humana nunca había tenido que convivir con una atmósfera tan cargada de gases de efecto invernadero. El récord en la concentración de estos gases, del que ha informado la OMM, explica otro récord aún más preocupante: 2016 fue también el año más caluroso registrado por la humanidad, 1,1ºC por encima de la media de antes de la revolución industrial.

Las emisiones de esos gases llevan unos pocos años estancadas, ya no crecen como antes, pero esto no es suficiente. Es tal la cantidad acumulada en la atmósfera, que para evitar que el calentamiento global supere 1,5ºC (límite a partir del cual sufriremos grandes daños por el cambio climático), esas emisiones se tienen que reducir rápidamente hasta llegar a cero, como muy tarde en la segunda mitad del siglo. Este es el compromiso que todos los países suscribieron en el Acuerdo de París.

Pero algunos gobiernos siguen sin hacer caso. Aunque el combustible fósil que más CO2 produce es el carbón, el ministro español de Energía, Álvaro Nadal, no solo no levanta la penalización a quienes quieren autoabastecerse con energía renovable (el infame impuesto al sol), sino que quiere impedir por decreto que las centrales térmicas de carbón más sucias cierren, incluso cuando ya no son ni rentables. El gobierno de España debe tomarse en serio la lucha frente al cambio climático, planificar el abandono progresivo y ordenado de las energías sucias y facilitar el camino hacia un modelo energético basado al completo en energías renovables y en manos de la ciudadanía.