Hasta hace bien poco, la Comunitat Valenciana llevaba colgado el sambenito de la corrupción. Hablar con alguien de cualquier otro punto de España y decir que eras de València derivaba de inmediato en un comentario displicente sobre el supuesto carácter corrupto de los valencianos y su apoyo a quienes cometieron tales conductas. De nada servía, condenando lo sucedido, responder con Lezo, Púnica o Gürtel en Madrid, con el 3% o el caso Palau en Cataluña, o con los famosos ERE de Andalucía. Los valencianos éramos corruptos y punto.

Curiosamente, uno de los elementos perdidos en el desmoronamiento político y económico de la autonomía, el sistema financiero local, la banca propia, ha vuelto, transmutada con sus nuevos propietarios y empujada por el procés catalán, para empezar a romper esta imagen y ocupar sus antiguos y emblemáticos edificios. Más allá del simbolismo de la sede social, que Caixabank haya elegido València y Sabadell vaya a Alicante evidencia una percepción de estabilidad y una rehabilitación de la credibilidad institucional valenciana.

Han sido los bancos, primero quebrados, después intervenidos y finalmente vendidos, los que han comenzado a levantar lo que Ximo Puig bautizó como la "hipoteca reputacional". También juegan factores como la impopularidad que puede causar en Cataluña la huida a Madrid de sus buques insignia. Pero, ¿alguien se los imagina viniendo a la Comunitat Valenciana en plena oleada de escándalos? Yo, desde luego, no.