A lo largo del segundo trimestre de 2017, España tendrá el nivel de producción que mantenía antes del inicio de la crisis en 2008, poniendo de esta manera fin a casi diez años de crisis económica. Un fin simbólico, pues los efectos de la crisis son más profundos y duraderos de los que podríamos detectar examinando únicamente al Producto Interior Bruto.

De esta manera, si examinamos otras variables de nuestra economía, observaremos que la evolución del PIB no explica, por sí sola, la situación en la que nos encontramos. Atendiendo al empleo, estamos lejos todavía de las cifras de 2008. Se calcula que alcanzaremos los niveles de empleo previos a la crisis bien entrados en la década de 2020. Además, lo haremos, si continúa la tendencia actual, con salarios comparativamente más bajos y con mayores niveles de inestabilidad y precariedad. Una parte importante de la población, aquella que fue golpeada por la crisis siendo trabajadores poco cualificados y mayores de 45 años, tendrán muy difícil recuperar sus niveles de vida previos a la crisis. La bolsa de pobreza y exclusión social generada durante la crisis, que ha castigado particularmente a los niños y niñas, se arrastrará durante largos años si no se ponen remedios eficaces encima de la mesa. Nos podemos olvidar también de que el fondo de reserva de la Seguridad Social recupere mínimamente los saldos que mantenía en 2008, y deberá pasar bastante más de una década para que veamos la deuda pública por debajo del 40%, cifra que tuvimos al inicio del año 2008. Para terminar este breve repaso, cabe señalar que la tendencia de crecimiento a largo plazo de la economía española señala un diferencial de hasta un 20% con la tendencia existente previa a la crisis.

Así, la recuperación del nivel del Producto Interior Bruto poco o nada dice de la recuperación económica y social: estamos lejos de que nuestros estándares de vida alcancen mínimamente aquellos que mantuvimos en los años previos al estallido de la burbuja inmobiliaria. Y es aquí donde muchos lectores podrían señalar: los niveles de crecimiento del PIB, el empleo y la riqueza nacional eran insostenibles precisamente por el efecto de la burbuja, que tarde o temprano tendría que estallar. No les falta razón. Lo preocupante es que la tendencia de crecimiento actual y su composición tampoco muestra que la economía española haya aprendido algo de la crisis: el mercado inmobiliario se está expandiendo de nuevo a gran velocidad, y los créditos bancarios están volviendo a crecer, aprovechando los bajos tipos de interés existentes. En definitiva, nuestro patrón actual de crecimiento no dista tanto del modelo en el que se basaron los años de la burbuja.

Solo un indicador podría considerarse positivo, y es el equilibrio exterior. Más por una reducción de las importaciones que por un incremento de las exportaciones, España parece haber solventado su desequilibrio exterior, aunque sigue manteniendo una alta deuda externa, tan alta, que este equilibrio no parece ser suficiente para reducir todo lo deseable. Todo parece indicar, en cualquier caso, que en la medida en que se siga expandiendo la demanda interna, las importaciones volverán a crecer, si bien parece poco posible que alcancemos los niveles de desequilibrio que se mantenían antes de la crisis, al cifrarse el déficit exterior en cerca de un 10% del PIB.

Como conclusión, nuestra recuperación es todavía muy incompleta. Uno de las graves debilidades que mantenemos como economía es la ausencia de un relato compartido sobre lo que ha ocurrido durante estos años. Quizá sea materia para los historiadores económicos del futuro, pero merece la pena que, aprovechando el momento de "recuperación del PIB" que viviremos en 2017, intentemos reconstruir una anatomía de la crisis y sus efectos. Porque los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo.