Siempre cuento que le debo la vida al tío que me suspendió el carnet de conducir. El día después de que me catease por entrar mal en una rotonda volví a la autoescuela para hacer otra práctica, la cuarenta y pico. Aquella mañana de sábado, solo la rápida reacción y el volantazo del monitor evitó que nos metiésemos debajo de un camión al cambiar de carril en una de esas avenidas urbanas que más parecen una autovía. Si hubiese ido solo –quizá estrenando el carnet–, hoy no estaría aquí escribiéndole esta carta.
Vaya por delante por tanto mi simpatía a un colectivo tradicionalmente antipático (como los árbitros o los jefes de estudios), revestido de una aureola mezcla de miedo y respeto y en torno a cuyos miembros suelen construirse floridas leyendas locales ("¡Mierda, nos ha tocado el Cura y con este no aprueba ni Dios!").
A esto sumamos que su reivindicación económica es justa –simplemente piden que se les aplique la normativa europea, que no vale esto de acordarse de Bruselas solo cuando se escapa Puigdemont– y que han mantenido una postura admirable como colectivo unido durante estos cinco meses en los que han tenido que oír de todo. Así que, ministro, ya le queda claro con quién voy en esta pelea; luego no diga que no avisé.
Hagamos cuentas: para que un examinador que se juega la vida en la carretera –recuerde: hay más alumnos como yo–, que sufre agresiones –sí, no todos nos tomamos así de bien lo de las rotondas-, que se congela de frío en invierno, que suda la gota gorda en verano… pueda cobrar, como ordena Europa, el mismo complemento que un funcionario que sella multas tras una ventanilla se necesitan 2,5 millones de euros al año. Desde junio –todos estos datos son de los propios sindicatos– la DGT ha recaudado solo en tasas de exámenes 34,5 millones. No sé a usted, pero a mí me dan las cuentas. A los 170.000 alumnos afectados, seguro que también. Incluso creo que le dirán lo mismo si pregunta a quienes más están teniendo que pagar el pato: las autoescuelas.
Y eso que, con esta defensa, temo haberme ganado la antipatía de todo este sector. Quién sabe si, la próxima vez que tenga que sacarme el carnet, el monitor se lo pensará dos veces antes de dar un volantazo que me salve la vida, aunque eso provoque que se inmole en el acto. No os preocupéis, lo entenderé. Como los examinadores, vosotros también defendéis lo vuestro.
Hable con Montoro, ministro, que hay unos presupuestos en camino.
Un saludo, Luis Pardo
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