MÀXIM HUERTA. PERIODISTA Y ESCRITOR
OPINIÓN

Game over

El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
GTRES
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.

El otro día Pedro Sánchez hablaba eufórico ante su gente y una de sus frases empezaba: "Y a los mayores de 45 años…". Hizo eco mi televisor. Él siguió con su euforia digna de soufflé -ya bajará- y yo me quedé patidifuso mirando la pantalla como si el juego marcara GAME OVER. ¿Ha dicho "y a los mayores de cuarenta y cinco" así, con ese tonito? Sí. Lo dijo.

Me entró una risa maquiavélica que tornó en hueca cuando me percaté de que todos los nuevos líderes son más jóvenes que yo y hablan descaradamente con esa autosuficiencia que da la juventud viejuna. Se pasa, aviso. Se pasa, como el arroz. Algunos de ellos son como algunas frutas maduras, que siguen verdes por dentro. Por eso Pablo, Albert y Pedro hablan como maestrillos en la pizarra.  Algo que no pasa con Macron, by the way.

En fin, que cogí el libro que estaba leyendo de Espido Freire -Llamadme Alejandra- sobre la fascinante vida de la última zarina, Rasputín y las conspiraciones, y me tumbé en la piscina. A leer al sol, sin móvil, sin reloj y sin preocupaciones.

O casi.

Cuando los rusos están a punto de entrar en el Palacio de Invierno escuché mi nombre con tanta fuerza que pensé que era la Duma quien me elegía para gobernar.

Pero no.

Una vecina, asomada al balcón, me llamaba alertándome para que volviera a casa. "¡Tu madre, tu madre!" A la zarina le dieron por saco, tiré el libro, salí pitando como un "hombre mayor de cuarenta y cinco" y llegué a casa. Mi perra ladraba, el agua mojaba mis pies y mi padre estaba tumbado en el suelo. Tirado. Se había caído. Otra vez. La vejez es solo para valientes dijo Rosa Montero. Qué razón. Mi madre me miraba también como otras veces. El gesto no cambia. El dolor crea algo en las arrugas que se petrifica. La mala costumbre de la costumbre. El hábito de una vida que ha sido guionizada por un enemigo.

Descalzo y con el agua derramada por el suelo hice esfuerzos para levantar a mi padre. Lo volví a poner en su silla de ruedas. Le arreglé la camisa, el pelo, le puse el reloj. Recolocamos los muebles y siguió el guión: "vuélvete a la piscina, hace buen día", dijo mi madre cerrando la escena.

Y sí. Volví a la piscina.

El libro de Espido me devolvió a otro escenario. La zarina estaba preocupada por dar un heredero al zar Nicolás y por tapizar el cuartito de juegos de color malva. Lo peor vendría después. Mucho peor. Hablo de ella.

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