OPINIÓN

La familia bien, gracias

Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.

Hay familias que se juntan alrededor de una paella. Se llaman, quedan y rascan el socarrat del arroz hasta que no ni queda ni una gota de sangría a la hora de las tartas heladas de dos sabores. Luego se amodorran en hermandad y se despiden con besos hasta la próxima vez. Los coches arrancan, las ventanillas bajadas, manos al viento y besos de despedida. En Navidad también se unen, incluso los hay que se van de crucero y alquilan muchos camarotes. Y lo más importante, no discuten. Y si lo hacen es poquito. Aplauden, jalean al tío que cuenta chistes y recuerdan los bautizos una y otra vez. Luego sacan las fotos, las rememoran y se hacen otra en la misma situación como si el tiempo no hubiera pasado.

Esto lo sé porque me lo cuentan, porque aquí donde me veis, tan familiar y tan humano como Chenoa, siento alergia a las reuniones multitudinarias. Será que no hay tradición familiar en las haches de mis apellidos. Es algo similar a las cenas de trabajo donde casi todos fingen que se llevan bien con el jefe o con la jefa, cuando lo más molón es el sueldo de fin de mes. La familia, a diferencia, no paga sueldo. Eso es cierto. En la familia todo es por amor. Pero a mi el exceso de amor, como que me estomaga. Me repite. Y no hay farmacia que dispense almax para los sentimientos.

No me lean como un descastado de mis parientes, no. Ni mucho menos. Los quiero. Los quiero por partes. Lo que pasa es que pertenezco a ese tipo de familia en la que jamás se han juntado para celebrar nada. Más allá de una boda y un bautizo, claro. Que aquí como en España somos católicos, apostólicos y celebradores. Pero a los postres, cada mochuelo a su olivo.

Lo escribo con envidia o, sobre todo, con desconocimiento, porque cuando veo esas reuniones me fascino y digo: ¿y los míos? ¿qué pasa? ¿no nos queremos? La respuesta es sí. Nos queremos. Mucho. Pero nos llevamos de otra manera, con otro tempo. Al ralentí. Montamos cenas, comidas y etcéteras, pero por comarcas. O sea, los de aquí, los de allí y los demás. La genética es como la nacionalidad del DNI, que la tienes y te da tus derechos y obligaciones, pero nada más. A veces pagas más impuestos que bendiciones recibes.

Tal vez nuestro desapego venga de la cantidad de tíos y tías que habitan ambos apellidos. Y eso, claro, crea una descentralización política difícil de juntar en un congreso de paella de fin de semana. O tal vez venga de otros asuntos que no vienen a cuento en este artículo porque desde que escribí mi última novela –La parte escondida del iceberg- me apetece un poco de jarana, espumillón y confeti. Parafraseando a Alaska en Fangoria, no quiero más dramas en mi vida, solo comedias entretenidas. O como el inicio de Anna Karenina, todas las familias felices se parecen, las infelices los son cada una a su manera.

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