MÀXIM HUERTA. PERIODISTA Y ESCRITOR
OPINIÓN

No lo llames amor

El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.
GTRES
El periodista y presentador Maxim Huerta en la Feria del Libro de Madrid 2012.

Tengo el whatsapp hirviendo. Si me lo coge Pedro Almodóvar, lo imprime y se hace una película con música de Omara Portuondo.  O de Chavela. O de Bola de Nieve. O de Gardel. O de Paquita la del Barrio. ¡Yo qué sé! La música es lo de menos. El texto de cada bip-bip es un caldero de aceite cociendo. Ni el procés, ni leches.

A estas horas de la mañana hay una catarata de mensajes de amor. Miento, de desamor. Porque cuando estamos en carne viva —léase en tono Raphael— escribimos mucho mejor, ¡dónde va a parar! Descarnados, turbados y desorientados. No hay filtro, como si perdiéramos el norte y la vergüenza. ¡Afortunadamente!

Sé que me van a perdonar. Pero los voy a desvelar aquí mismo. Para ustedes. Sin nombres.

Recuento: Un amigo que se siente solo dice que ya no tiene edad y que no quedan hombres para él. Es gay y afirma que los buenos están pillados. Una amiga que ha decidido fingir que es superfeliz y que está superanimada, porque le han jurado y perjurado que nadie quiere salir con tristes. Otra amiga, que anda perdida como un hámster en la rueda de volver o no volver, pregunta qué hacer. Le digo que se deje de remakes. Desde Barcelona (ajeno al jaleo callejero) otro amigo confiesa que ahora, cuando le miran fijamente, no sabe si está ligando o traficando con papeletas independentistas. Y en el amor no se puede ser equidistante, pienso yo. Haz lo que quieras, le digo, pero legal. No vayan a detenerte.

En fin. Que mientras escribo esta columna que ustedes leen en el metro o en el café, tengo mi móvil encendiéndose y apagándose como si fuera un cuarto oscuro de Berlín. El Kit Kat Club, digamos. Pero sin sexo. Solo mensajes de amor.

¡Si fueran míos!, me irrito frente a las teclas del ordenador. Pero no. Hago de confesor, como si por escribir novelas de la comedia humana tuviera un máster en psicología.

Volvamos al tema.

Una amiga, la última que acaba de escribirme, me dice que se va a Coruña, que se va a verle, que se planta en su casa, que se niega a que la dejen por whatsapp. Que qué es eso de mutis por el móvil. Que allá que se va. "Estoy desconcertada", deletrea. Yo le digo que faltan tres días para coger el tren, pero ella —burra— se ha puesto con la maleta. Más que amor, frenesí. El del procés dice que no sabe. El de la edad se agota. Así lo escribe: me rindo. La del remake se desahoga con emojis y vomita que lo mismo repite. Y el último en aparecer en mi viejo Iphone se manifiesta confesando que sólo le quieren por su físico. ¡Ay, madre! Con lo que me gustaría a mi que me quisieran sólo por eso. Lo sé, es una frivolidad. Pero que te deseen por tu cuerpo, aunque sea sólo un día de tu larga vida, debe de ser como sentirse la Mona Lisa en el Louvre. O Kortajarena.

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