ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Escher, Bach y el corazón de Occidente

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Escher, el famoso artista neerlandés, amaba el paisaje del sur de Italia, pero no le gustaba mucho Roma, salvo de noche, cuando salía a pasear por sus calles y a tomar apuntes. Los grabados que dedicó a esta ciudad la muestran vacía, nocturna, misteriosa y silente. Estas vistas italianas, junto con una amplia retrospectiva de toda su obra, pueden contemplarse hasta el 25 de junio en el destartalado y, a su modo, muy romano Palacio de Gaviria de Madrid, donde hay una exposición dedicada al artista.

Todos conocemos el arte hipnótico y lleno de imaginación de Escher. Sus composiciones están llenas de trampantojos, perspectivas imposibles, laberintos y metamorfosis. Escher fue uno de esos artistas entregados a su vocación, fiel a sus convicciones y ajeno a las modas de cada momento, por lo que sus obras (salvo las de juventud, donde se advierte la influencia modernista) suelen tener un curioso aire atemporal (yo diría que incluso, a veces, sus diseños parece que nos llegan del futuro).

En una vitrina de la exposición se exhiben algunos de los discos que Escher escuchaba mientras trabajaba. Allí estaba el Concierto para violín en mi mayor de Bach, tocado por Szymon Goldberg y la Orquesta Philharmonia, dirigida por Walter Süsskind.

Justamente en los años en los que Escher vivía en Italia, Szymon Goldberg era el concertino de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Pese a que Wilhelm Furtwängler, su director, intentó protegerle, las leyes racistas y el acoso nazi obligaron a Goldberg (que era judío y polaco) a dejar su puesto en 1934 y a emigrar, primero a Inglaterra y finalmente a los Estados Unidos. El propio Escher, en 1935, asfixiado por el clima político de la Italia fascista de Benito Mussolini, abandonó el país y, tras vivir unos años en Suiza y Bélgica, terminó instalándose para el resto de su vida en los Países Bajos. Antes, le dio tiempo a hacer un viaje por España y de regresar a la Alhambra (que tanto le había impresionado cuando la visitó por primera vez, siendo un veinteañero). En los dibujos que hizo de los mosaicos nazaríes y de los cordobeses, se puede intuir el germen creativo de muchas de sus obras posteriores. Es curioso pensar que dos artistas tan distintos como Manuel de Falla y Escher coincidieron en Granada en las mismas fechas y que quizá se cruzaron por la calle (desconozco si Escher apreciaba la música del compositor español). Apenas un mes después de su visita a nuestro país, se produjo el golpe de Estado de julio de 1936 y comenzó la Guerra Civil.

La grabación del concierto de Bach que escuchaba Escher en su taller es de los años 50; posterior, por tanto, a la Segunda Guerra Mundial y a la caída del Tercer Reich. Seguramente, a lo largo de su carrera, Goldberg interpretó más de una vez el solo de violín del aria "Erbarme dich, mein Gott" ("Apiádate de mí, Dios mío" de la Pasión según san Mateo de Johann Sebastian Bach. En su libro En la belleza ajena, el escritor polaco Adam Zagajewski (último premio Princesa de Asturias de las Letras) anota la respuesta que le dio un amigo cuando trataban de determinar cuál era el corazón de la música europea, la pieza que podría simbolizar toda la tradición cultural de Occidente. Concluyeron que se trataba del aria "Erbarme dich".

Que Escher escuchara el violín de Szymon Goldberg y que eso estimulara su imaginación me parece muy poético. Ambos (como también Falla o Zagajewski) son algunos de los grandes artistas que ha dado Europa en tiempos recientes y pueden representar lo más elevado y refinado de nuestra civilización. Todos ellos conocieron los efectos del totalitarismo y de la intransigencia política y, en algún momento de sus vidas, debieron exiliarse. Sería muy triste que Europa olvidara su historia reciente y no acogiera hoy, piadosamente, a las personas que huyen de la guerra y la desesperación.

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