ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Lipatti, el poeta del piano

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

En 2017 se cumplen cien años del nacimiento de Dinu Lipatti, el maravilloso pianista rumano. Pese a su corta vida (murió con 33 años) y a su breve discografía, es recordado como uno de los intérpretes más luminosos y queridos del siglo XX.

Con motivo de este centenario, se han editado en su homenaje varias colecciones de discos: una en Warner Classics (Immortal Dinu Lipatti, con tres cedés) y otra, la más importante, en el sello alemán Hänssler, titulada 100th Anniversary Edition, Dinu Lipatti Collection. Consta de doce cedés que recogen todas las grabaciones conocidas de Lipatti. Tanto la edición de Warner como la de Hänssler incluyen su último recital, que afortunadamente fue grabado por la Radiodifusión Francesa. Este concierto tuvo lugar en Besanzón, el 16 de septiembre de 1950 (el pianista murió dos meses y medio después).

Lipatti llevaba ya varios años enfermo de una variedad rara de cáncer (el linfoma de Hodking) que parecía incurable. Se conserva una carta de Nadia Boulanger dirigida a Ígor Stravinski en la que la compositora y antigua profesora de Lipatti cuenta una visita que hizo al pianista en Ginebra en abril de 1949: "Está muy enfermo. Cuánto le gustaría a usted su forma de tocar, su espíritu, su pensamiento. Ay, no sé si se recuperará. Ahora está en cama y su porvenir es sombrío".

Sin embargo, unos meses más tarde, Lipatti se sometió a un tratamiento novedoso con cortisona (y carísimo, que pudo costear gracias al apoyo económico de sus admiradores y amigos) que le dio esperanzas de recuperación y nuevas fuerzas para grabar discos y dar conciertos y recitales (por ejemplo, participó en el Festival de Lucerna en agosto de 1950, donde tocó el concierto n.º 21 de Mozart dirigido por Herbert von Karajan). Con todo, su salud no era buena y sus apariciones públicas fueron muy escasas.

Las grabaciones que han llegado hasta nosotros (algunas rescatadas de archivos radiofónicos) demuestran que era un finísimo intérprete de la música barroca (con Bach y Scarlatti como autores favoritos), de Mozart, de los grandes autores románticos (Schubert, Chopin, Schumann, Liszt y Brahms) y también de compositores del siglo XX, especialmente de Enescu, Ravel y Bartók. No dejó ninguna grabación de música española, pero sabemos que apreciaba la obra de Albéniz.

En Besanzón sucedió algo terrible. La tarde del concierto sintió que se agravaba su enfermedad. El médico le aconsejó que cancelara el recital, pero Lipatti se negó. Pidió que se le inyectara cortisona y llegó al escenario aletargado, medio sonámbulo. Empezó a tocar, y lo hizo maravillosamente, con su elegancia, claridad y belleza características, con todo su ímpetu y encanto juveniles. El testimonio discográfico de aquella velada es un tesoro.

Tocó una partita de Bach, una sonata de Mozart, dos impromptus de Schubert y luego comenzó con los catorce valses de Chopin. Pero no pudo terminarlos: cuando solo le faltaba por tocar el último, al poco de dar las primeras notas, Lipatti sintió que desfallecía, interrumpió la interpretación y abandonó el escenario. El público se quedó mudo, expectante. El pianista regresó y, ya sin fuerzas para reiniciar el vals pendiente, tocó Jesu, Joy of Man’s Desiring, la transcripción que Myra Hess hizo en 1926 del coral Jesus bleibet meine Freude ("Jesús sigue siendo mi alegría") que cierra la cantata BWV 147 de Bach.

Lipatti, con esta pieza tan amada por él, estaba despidiéndose del público y del mundo. Quince años atrás, cuando tenía dieciocho y dio su primer recital en París, la había tocado en homenaje a su querido profesor Paul Dukas, recién fallecido. ¡Con qué inesperada simetría cerró su carrera! En Besanzón esa misma obra tuvo que sonar como una oración fúnebre. Lipatti escuchó los últimos aplausos y ya no volvió a tocar en ninguna sala de conciertos. Su luminosa vida se apagaba y pronto murió.

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