ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

La ortografía, enemiga del amor

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Hasta hace muy poco yo no sabía interpretar ese gesto que, sobre todo los jóvenes, trazan en la pantalla de sus móviles y que consiste en pasar el dedo índice de forma frenética, como en arabescos y culebreos (yo suponía que era un juego y que mataban marcianitos o algo así). Ahora que tengo un teléfono nuevo (un teléfono "inteligente", como lo llaman por ahí), he descubierto para qué sirve: el aparato es capaz de adivinar él solito qué quieres escribir solo con acariciar el teclado y unir en un único trazo todas las letras de cada palabra.

Lo de "adivinar" quizá sea mucho decir, porque a menudo el resultado es disparatado y, si uno no revisa el texto, puede mandar verdaderos jeroglíficos. En uno de mis primeros intentos quise poner que iba a un concierto donde se tocaban obras de Berlioz y Sibelius; el aparato, muy saleroso, cambió el apellido de tan ilustres músicos por los de "Bermúdez y Divertida". Hice pruebas entonces para saber qué culturilla musical tenía el cacharrito y tracé los nombres de algunos de mis compositores favoritos. Así comprobé que cuando yo quería decir Machaut, el teléfono escribía "Machaque"; con Gesualdo, «Gestando»; si ponía Monteverdi salía "Montevideo"; si Scarlatti, "Scarlett"; Mahler aparecía reconvertido en "Nalga" (esto a Freud, que lo psicoanalizó, le habría encantado); Schönberg era "Acciones", Falla, "Gala"; y Mompou, "Momo". Bach, Mozart, Beethoven, Chopin y Brahms, sin embargo, los escribió a la primera.

El teléfono tenía verdaderos problemas para conjugar los tiempos subjuntivos, su variedad léxica era pobretona; y el uso de las tildes, desesperante (erraba especialmente con las diacríticas). Por supuesto, con el tiempo y el uso, cada teléfono va aprendiendo el idiolecto de su amo y al final ese apresurado paseo dactilar por la pantalla acaba produciendo mensajes acordes con las intenciones del emisor (aunque yo, que soy un poco atolondrado, sigo mandando algunos dislates por puro descuido y, aunque supongo que mi interlocutor no espera de un WhatsApp la misma elegancia ortotipográfica de un libro editado por Franco Maria Ricci, a veces me espanto con los mensajes que envío y temo que causen mala impresión en quien los recibe).

Pienso en esto cuando veo a tantos jóvenes (y no tan jóvenes) intercambiando mensajes en los bancos de los parques o en los vagones del metro, ilustrados con corazones y demás simbolitos amorosos. Seguramente ahora muchas declaraciones de amor se hacen a través de este medio, y eso me lleva a acordarme de un aforismo del poeta Vicente Núñez, quien dijo: "La ortografía es enemiga del amor" (esta rotunda sentencia aparece en el libro Poesía y sofismas; edición de Miguel Casado, editorial Visor, 2010).

Muchos no estarán de acuerdo, pero recibir una carta plagada de faltas de ortografía puede desilusionarnos y estropear la imagen que tenemos de una persona a la que no conocemos bien. Quizá es un caso extremo, pero sé de un chico italiano que recibió el mensaje de otro muy atractivo por Grindr y que desistió de quedar con él cuando vio que escribía mal el nombre de Thomas Mann (no es que hablaran de literatura en esa página de ligoteo gay, sino que, ambos extranjeros, estaban en una ciudad alemana; cuando el italiano vio que le proponía quedar en la "tomas man strasse" no quiso saber más de su pretendiente y cortó radicalmente la comunicación).

También la ortografía puede ser enemiga del amor si impide a un enamorado expresar sus sentimientos por escrito. Quizá haya muchos mensajes y cartas de personas tímidas que se quedan sin enviar por el temor de quien las escribe al ridículo.

Sin embargo, el amor es más poderoso que la muerte, como los poetas no se cansan de decir desde hace siglos, así que en su batalla con la ortografía tiene todas las de ganar.

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