ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

La primera palabra de nuestra vida

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Un amigo me ha regalado una gramática francesa publicada en 1930. En la lección inicial me encuentro con que los autores se remontan a la primera palabra que un francesito pronuncia en su vida (eso sí que es ir a los fundamentos de un idioma). El texto dice: "Bébé commence à parler. Aujourd’hui, pour la première fois, il a dit: 'pa-pa'. Bientôt il dira 'maman' et beaucoup d’autres mots" ("El bebé empieza a hablar. Hoy, por primera vez, ha dicho: 'pa-pá'. Pronto dirá 'mamá' y muchas otras palabras").

¿Es así? ¿La primera palabra que pronuncian los franceses es "papá"? Pues parece que sí. Y los españoles, también, y muchísima gente más. No es una cuestión de nacionalidad, claro, y ni siquiera de idioma, sino de fonética (y, si se quiere, de fisiología). Según me explica el escritor y filólogo José María Moraga, es más sencillo pronunciar las dos consonantes de "papá" que las de "mamá".

Por supuesto, son los adultos que rodean a cada bebé los que dan significado a sus balbuceos involuntarios y quienes le animan a repetir las palabras que quieren oír, a las que cargan de sentido. Los niños, luego, nos imitan (y no solo a las personas). Sé de un niño de Gamonal, Ángel, que ladró antes de hablar: un día su madre se lo encontró junto a su perra Linda, ambos asomados a la ventana del salón y ladrando a los transeúntes, él con apenas un añito.

Antiguamente "papá" era una palabra infantil que sonaba ridícula en labios de una persona de cierta edad. En origen, además, la pronunciación era llana (algo que aún perdura en el habla popular y, por supuesto, cuando nos referimos al obispo de Roma); solo a partir del siglo XVIII, por influencia de la nueva dinastía borbónica y sus usos afrancesados, se empezó a extender la pronunciación aguda "papá" que, al principio, sonaba muy afectada. En 1855, Rafael María Baralt escribía en su Diccionario de galicismos: "Hoy mismo, 'papá' y 'mamá' son voces no conocidas del pueblo, el cual dice siempre, 'señor padre', 'señora madre', o simplemente 'padre', 'madre'".

Esto ha perdurado hasta hace unas décadas, al menos en Castilla, aunque a muchos lectores jóvenes tales usos les puedan parecer remotísimos.

Recuerdo dos historias sobre las primeras palabras de los niños. Una, muy triste, la cuenta Primo Levi en La tregua. Trata sobre Hurbinek, un niño paralítico, huérfano, al que criaban los presos de Auschwitz (le protegía especialmente un muchacho húngaro de quince años, Henek). El niño, al que suponían tres años de vida, jamás había dicho una sola palabra, hasta que un día (según anunció el buen Henek) pronunció una: "mass-klo", quizá "matisklo". Nadie supo interpretarla y pensaron que podía ser «pan» o «carne». El niño murió poco después y con él desapareció aquel idioma misterioso de un único vocablo.

Heródoto, por su parte, relata en el libro segundo de su Historia cómo el rey egipcio Psamético I, interesado en saber cuál era el pueblo más antiguo del mundo, mandó a un cabrero que criara en el campo a dos niños recién nacidos, con la prohibición de que oyeran ninguna voz humana. El rey suponía que la primera palabra que pronunciaran espontáneamente pertenecería a la lengua de ese pueblo primigenio, y resultó ser "becós", que significa "pan" en frigio.

Es curioso que aparezca el pan en esta historia (y en la de Hurbinek), porque "papa" también era una forma infantil de decir "pan" en castellano (así lo afirma el primer diccionario académico en 1737).

Algunos autores (como Aristófanes) consideraron que Psamético fue muy crédulo y que aquel niño solo imitó el balido de las cabras. Puede que fuera así y que estos pequeños y hambrientos huérfanos de Egipto, como quizá el de Auschwitz, mostraran (involuntaria, poéticamente) que se sentían más próximos a los animales que a los despiadados hombres que les habían arrancado de los brazos de sus papás.

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