ÓSCAR ESQUIVIAS. ESCRITOR
OPINIÓN

Los territorios fantásticos de Andrés Ibáñez

Óscar Esquivias.
Óscar Esquivias.
JORGE PARÍS
Óscar Esquivias.

Qué novela tan maravillosa acaba de publicar Andrés Ibáñez, el más raro de los escritores raros que hay ahora en España (por supuesto, esto lo digo como elogio).

Su obra se titula La duquesa ciervo (Galaxia Gutenberg, 2017). Si no supiéramos el nombre del autor, la tomaríamos por una excelente traducción de algún novelista de la estela de Tolkien, J. K. Rowling o Susanna Clarke, esto es, un cultivador de la tradición fantástica anglosajona, con sus seres mágicos, reinos fabulosos, brujería y épica exaltada. Burne-Jones podría haber ilustrado con mucho placer este libro lleno de bosques, caballeros, dragones y aprendices de magos que se transforman en pajarillos, comadrejas o ciervos.

En la novela se entrelazan muchas historias: una de aprendizaje (la del joven príncipe Hjalmar, procedente de un remoto y pequeño reino, quien llega engañado a la gran ciudad-fortaleza de Irundast y debe trabajar como criado hasta que pasa a ser el discípulo de un poderoso mago), otra muy conmovedora de amor juvenil (entre Hjalmar y la duquesa Aliso, quien al principio le desprecia profundamente), otra de aventuras (se suceden las pruebas de valor, los viajes, las batallas) e incluso una de redención (en la novela se muestra elocuentemente el mayor extremo de la abyección humana y cómo en esas circunstancias puede haber también alguien dispuesto a un sacrificio absoluto para compensar tanta maldad).

La duquesa ciervo recrea un mundo completo, coherente, lleno de personalidad y, a la vez, de referencias muy variadas. El lector no tardará en hallar ecos bíblicos (por ejemplo, alimentarse de un árbol prohibido propicia el descubrimiento del sexo entre dos amantes; se levantan torres que quieren llegar más allá de las nubes; se habla de Draknir, un dios encarnado que sufre una crucifixión); también recordará las sagas nórdicas, la literatura de Poe (un país recibe el nombre de Arnheim, como el escenario del cuento Berenice) y las historias caballerescas del santo grial (aquí llamado Grandir o Copa de la Sangre de Draknir); algunos episodios proceden de cuentos de hadas o tradicionales (con seres fantásticos que conceden deseos a quien los libera; mujeres que se disfrazan de hombre para salir de palacio y moverse con libertad; casas del bosque donde se refugian unos niños perdidos y cuyos moradores los agasajan con la intención secreta de comerlos). También hay alusiones a obras literarias recientes de la mexicana Verónica Murguía o de Gustavo Martín Garzo, como se explicita en una nota final. No faltan ni siquiera los platillos volantes y las abducciones extraterrestres.

En cierto modo, Ibáñez actúa como un poeta medieval y utiliza sin empacho todo aquello que le conviene para su narración, sin importarle la procedencia. No es la primera vez que lo hace. Su monumental novela anterior, Brilla, mar del Edén (Premio de la Crítica en 2014) estaba inspirada en la serie de televisión Perdidos.

Hay episodios de La duquesa ciervo tan bellos, tan bien contados, tan plásticos, que los he leído emocionado, con pasión adolescente. Me ha gustado especialmente el relato de la huida de la duquesa Aliso por el territorio prohibido de los Parques Mágicos. Allí se encuentra con una niña que ha tomado alimento en aquel territorio maligno y, por ello, va dejando de ser humana: ya no proyecta sombra, su cuerpo deja de reflejarse en el agua o los espejos, la sangre no circula por sus venas…

A mí, de niño, me impresionó la historia (presente en muchos mitos) de que quien come en el reino de la muerte (o en el inframundo, o en los territorios de la sombra) acaba perteneciendo irremediablemente a ese país. A veces temía soñar que comía algo, por si luego no podía escapar del sueño.

Quien empiece a leer esta novela, llena de potentísimos sueños, tampoco podrá salir de ella.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento