La contundente victoria de Pablo Iglesias frente a Íñigo Errejón en la lucha por el liderazgo de Podemos va a permitir al secretario general tanto marcar la línea política que considere como rodearse del núcleo duro que desee. Lo lógico, por tanto, es que Iglesias fulmine a Errejón de portavoz parlamentario (se especula con alguna mujer de su estricta confianza, tipo Irene Montero). Y lo normal, también, es que aparte a Errejón de la secretaría política ofreciéndole algún puesto decorativo sin peso orgánico ni proyección mediática. Así es la lógica de la política. Quien desafía al líder y pierde el pulso sale trasquilado. Pero Iglesias no es tonto y tampoco querrá convertir a Errejón en un mártir. La laminación de su sector será implacable, pero lenta. Todo en aras de la unidad interna y del reforzamiento del líder. Barones de Podemos que se han significado por Errejón serán relevados en los congresos regionales. Por ejemplo, Antonio Montiel, líder de Podemos en Valencia, que comparó a Iglesias con Franco. La militancia exigió unidad, pero la camarilla más fiel a Iglesias, como Monedero,  sabe que primero hay que realizar el ajuste de cuentas correspondiente para evitar futuras insubordinaciones.

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