RAFAEL MATESANZ. DIRECTOR DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL DE TRASPLANTES
OPINIÓN

La desmemoria del corazón

Rafael Matesanz
Rafael Matesanz
JORGE PARÍS
Rafael Matesanz

¿Guardan los corazones trasplantados recuerdos de su donante? El corazón es un órgano noble según la mitología popular y artística, pero cuando uno estudia su anatomía y fisiología en los primeros años de Medicina la cosa cambia. Se trata de un músculo peculiar, que se contrae las 24 horas del día (y si no lo hace así mal vamos) y que es muy influenciable por el estado del cerebro, a través de las fibras nerviosas que los conectan y las sustancias químicas (adrenalina, etc.) que liberan y que le hacen ir más o menos rápido.

Hasta aquí todo claro: el corazón tiene su mucha lírica porque las emociones generadas en la mente, desde el amor al odio pasando por la angustia o la alegría, se traducen en un aumento de la frecuencia cardiaca, una taquicardia más o menos marcada que nuestro cerebro (que es el que manda) asocia con estos sentimientos para bien y para mal y por tanto con las sensaciones que nos transmite este órgano al contraerse más o menos. Nada que ver con lo que nos pueden transmitir otras pobres vísceras sin tanta literatura y bastante menos agraciadas desde el punto de vista estético, aunque igual de necesarias para seguir viviendo, como el hígado, el riñón y ya no digamos el páncreas, que es el paradigma de órgano feo y que casi nadie sabe muy bien por dónde cae.

El tema surge cuando, allá por los años cincuenta del siglo pasado, los médicos franceses describen la mal llamada 'muerte cerebral' (porque muerte solo hay una y quien está muerto lo está a todos los efectos). Cuando se produce la destrucción del sistema nervioso central, donde radica la vida, por un traumatismo o una hemorragia, la persona muere. Pero si esa persona está conectada a un respirador y se dan las circunstancias oportunas (un 2% de los fallecidos en un hospital, entre 4.000 y 5.000 al año en España), va a estar igualmente muerta pero con el corazón latiendo y bombeando sangre a todos los órganos, manteniéndolos funcionantes durante tan solo unas horas. Esto es lo que hace posible la donación de órganos.

El trasplante cardiaco de Barnard estuvo precedido por muchos otros de córnea, riñón y algunos de hígado y pulmón, pero casi nadie les hizo caso hasta que llegó el fotogénico cirujano sudafricano y su trasplante de víscera noble, al que siguen muchos miles en todo el mundo. Años después salta el mito: una periodista francesa escribe un libro basado en que los corazones trasplantados transmiten los recuerdos del donante, algunos médicos en distintos países y hasta alguna presentadora matinal abogan por la misma tesis, y más recientemente una serie de televisión, Pulsaciones, plantea el tema de la transmisión de sentimientos y recuerdos al paciente receptor de un trasplante cardiaco.

Evidentemente nada que objetar a una ficción televisiva, sin duda con atractivo mediático y que origina situaciones interesantes para el entretenimiento en un momento en que los argumentos para guiones de cine o televisión no sobran precisamente (no hay más que ver la cartelera o la programación televisiva).

Otra cosa es que alguien se crea o defienda la tesis de esta ficción. No hay la más mínima base científica que sustente la transmisión de recuerdos o sentimientos tras el trasplante del músculo cardiaco o de cualquier otro órgano. El hecho de que en algunos países la familia del donante y el receptor se conozcan y convivan, hace que en un momento de máxima emotividad como es el recibir un trasplante vital se lleguen a aceptar como propias ideas transmitidas por la familia del donante. Es un fenómeno frecuente y que cualquiera puede identificar en su entorno cuando personas que reciben noticias de diversa índole las hacen suyas sin siquiera darse cuenta de semejante apropiación. En otros casos es pura y simple imaginación.

Podemos prolongar la vida gracias a los trasplantes, pero de ninguna manera podemos vivir las vidas que otros han vivido antes en su propio cuerpo.

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