La Semana de la Movilidad que se celebra estos días es una buena excusa para reflexionar sobre el transporte público. València, tercera capital de España, carece de un sistema integrado que permita planificar los desplazamientos con un mínimo de eficiencia (que un transbordo del metro coincida con el del bus y viceversa depende del puro azar), las tarifas no están integradas y cada empresa pública depende de una administración diferente y va por su lado.

Es cierto que se ha constituido la Autoridad del Transporte Metropolitano para dar coherencia ya no solo a la movilidad de la capital, sino de toda el área metropolitana. Sin embargo, está aún en mantillas, aunque será muy necesaria, a la vista de la guerra que se desató entre algunos alcaldes y el edil de València, Giuseppe Grezzi, a cuenta de la llegada de los autobuses de la EMT a municipios.

Este es un claro síntoma del problema: hay líneas de la EMT que reproducen trazados del metro, la frecuencia del suburbano (que en cuanto sale de la ciudad, no nos engañemos, es un tren de cercanías) deja mucho que desear y Ribó pide fondos estatales para mejorar la EMT. La clave pasa por superar la visión reduccionista y pensar en un único sistema integral, en beneficio del usuario y de sus necesidades, que no entienden de empresas ni de repartos de competencias.