ROSALÍA LLORET. PERIODISTA Y EXPERTA DIGITAL
OPINIÓN

El reto del 'popó' espacial

Rosalía Lloret, periodista.
Rosalía Lloret, periodista.
JORGE PARÍS
Rosalía Lloret, periodista.

El crowdsourcing o ‘colaboración abierta distribuida’ es una de las grandes revoluciones de la era digital. Internet ha permitido el trabajo colaborativo de cientos de miles o millones de personas en tareas que anteriormente debían concentrarse en grandes centros de investigación: fuera en los laboratorios de algún gran grupo farmacéutico o en el I+D de alguna multinacional de tecnología. Del Proyecto del Genoma Humano en el 2000, que permitió a universidades de todo el mundo trabajar colaborativamente –y en tiempo récord– en la secuenciación de nuestros genes; a la apuesta de Apple y Android en el 2008 por el desarrollo abierto de las aplicaciones para sus móviles, el crowdsourcing se ha mostrado como una herramienta especialmente eficaz.

Y ahora los responsables de la NASA han decidido extender esta herramienta a un problema muy analógico y vital para el futuro de sus programas: defecar en el espacio. La semana pasada, los responsables de la agencia espacial americana otorgaban los premios de su Space Poop Challenge (que se podría traducir al español como ‘Reto del popó en el espacio’) a dos doctores, un dentista, un ingeniero y un diseñador por sus ideas y propuestas para el adecuado manejo de todo tipo de residuos orgánicos humanos -heces, orina y fluido menstrual- durante los paseos espaciales o en todo momento que los astronautas necesitan pasar largo tiempo dentro de su traje espacial.

Más allá de lo escatológico, el reto del popó de la NASA es más importante de lo que pueda parecer. La mala gestión del desperdicio dentro de un traje espacial puede tener consecuencias letales para un astronauta que "puede permanecer hasta diez horas en su traje en el despegue o aterrizaje, o hasta seis días si ocurre alguna catástrofe en el espacio", explicaba la NASA en la web del concurso. Y las condiciones de funcionamiento del nuevo invento son especialmente complicadas: "Donde sólidos, fluidos y gases flotan alrededor en microgravedad  y no se mezclan ni actúan como lo hacen en la Tierra", añade la NASA.

Hasta ahora, los astronautas se apañaban con una especie de pañales dentro del traje, pero esta solución es claramente ineficiente y temporal, especialmente ahora que la NASA se está planteando misiones cada vez más alejadas de la Tierra, incluso a Marte. Por eso, el nuevo ‘retrete superportátil’ que demanda la NASA debe ser cómodo y efectivo en gravedad cero, funcionar bien para mujeres y hombres, y para residuos sólidos o líquidos, hasta al menos seis días.

Desde que la agencia lanzó su reto el pasado octubre, cerca de 20.000 personas de todo el mundo han investigado, diseñado y presentado cerca de 5.000 ideas, y el ganador del primer premio de 15.000 dólares es Thatcher Cardon, un médico de familia y cirujano militar de aviación. Su solución, llamada Acceso perineal MACES y sistema de aseo, consiste en una especie de burbuja de aire en la zona de la entrepierna del traje espacial y una apertura casi microscópica que permite meter y sacar del traje los desperdicios orgánicos e incluso varios elementos, como un orinal inflable, pañales o ropa interior.

El doctor Cardon se inspiró en las técnicas de cirugía no invasiva como la laparoscopia o artroscopia, que permiten operaciones muy complejas a través de incisiones muy pequeñas, para idear su propuesta: "Nunca se me ocurrió que mantener el desperdicio dentro del traje fuera una solución"… "Si pueden reemplazar incluso válvulas cardiacas a través de un catéter en una arteria, ¡debería ser posible manejar un poco de popó!". Una propuesta que el cirujano militar incluso prototipó a partir de un antiguo traje de piloto.

El segundo premio, merecedor de 10.000 dólares, fue otorgado a un trío de Houston -el Doctor José Gonzales, líder del proyecto; un profesor de ingeniería y un dentista (que también hizo de ilustrador)- llamado Unificación de doctores del popó espacial (SPUD, en sus siglas en inglés). Y el tercero, de 5.000 dólares, a un diseñador de producto escocés, Hugo Shelley. De su investigación colaborativa nacerá el próximo inodoro del espacio.

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