Aunque excesivo, el debate político ha sido real en Podemos. Las bases han hablado, y el resultado es una victoria para Iglesias y sus postulados tan contundente como limpia.

Ahora, ante la tesis oficial y unánime de que la derrota de Errejón deja espacio al PSOE para recomponerse como gran alternativa de la izquierda porque Podemos ha abrazado la radicalidad, las dudas son muchas. Para empezar, igual que la crisis socialista no regalaba por sí misma a Podemos el liderazgo de la oposición, el resultado de Vistalegre no supone en sí mismo una oportunidad de redención para el PSOE, que sigue perdiendo voto joven y urbano y transita para muchos por el pantanoso terreno de la gran coalición.

La capacidad de ambos partidos para crecer y ser alternativa de Gobierno dependerá sobre todo de ellos mismos, de sus propias acciones, no solo de los fallos del otro. Y hay una cosa clara: con Iglesias o con Errejón, con Sánchez o con quien venga, si los aliados naturales a la izquierda se dan la espalda, en España seguirá gobernando la derecha.

Entretanto, Iglesias cuenta con toda la legitimidad para controlar la organización, pero se equivocará si obvia que las tesis más posibilistas de Errejón, aunque perdedoras, suponen más de un tercio del partido. Porque ganar a la interna es importante, pero a la externa aún más, y un rodillo implacable podría traducirse en pérdida de votos en el futuro. Ya se sabe, votante no es lo mismo que militante.

Y se equivocan quienes creen que Iglesias y los suyos no tienen vocación de ser alternativa y gobernar. La tienen, y creen que su estrategia, aunque vilipendiada por el sistema, es la más adecuada para lograrlo. Desde luego, se han ganado el derecho a intentarlo. Otra cosa es que lo consigan. Y ahí es donde los errejonistas quitan las luces de cruce y ponen las de alcance. Mirada larga, dicen. Mirada larga...

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