Higuaín: la diferencia entre kilos y quilates

Gonzalo Higuaín celebra uno de sus goles con la Juventus ante el Mónaco.
Gonzalo Higuaín celebra uno de sus goles con la Juventus ante el Mónaco.
EFE
Gonzalo Higuaín celebra uno de sus goles con la Juventus ante el Mónaco.

Gordo lo serás tú. O yo. Cualquier futbolista al que tengamos por gordo dejará de serlo en la distancia corta. Casi cualquiera. Está documentado que Puskas completó el último tramo de su carrera con la barriga de una embarazada de gemelos, pero aquello fue hace sesenta años, cuando los jugadores tenían pelos en las piernas. Otra época.

En los tiempos modernos hay tipos gruesos, no lo vamos a negar. Y otros que lo parecen sin serlo. Maradona, por ejemplo, era compacto, no obeso. Hasta Cassano, epítome del glotón, hubiera pasado por flaco al compararse con un ciudadano sedentario. O el Ronaldo brasileño. Es cierto que huía de los balones medicinales y su elección personal en relación a las chocolatinas fue comérselas, no lucirlas. Pero ni eso le hizo gordo un solo día de los que estuvo en activo. Aquí el problema es medir por kilos y no por quilates.

Hablo de comida y, sin embargo, la culpa de esta gordura falaz no reside en las grasas saturadas, sino en las camisetas ‘slim fit’, muy adecuadas para vestir a los héroes de la Marvel y mortíferas sobre cuerpos peor esculpidos o no esculpidos en absoluto.

Los más sagaces ya habrán advertido que me estoy acercando a Higuaín, uno de los personajes estelares de la final de la Champions en Cardiff. Desde que fichó por la Juventus se especula con su peso, como si el precio del traspaso, por estar evidentemente inflado (90 millones de euros), le hubiera hinchado también a él. Para mí tengo que Higuaín es una víctima más del ‘slim fit’, lo que no niega que sus caderas se hayan ensanchado diez años antes de lo previsto, la naturaleza es caprichosa.

Nada es nuevo, por otra parte. La complexión física de Higuaín siempre ha provocado suspicacias. Desde que debutó en River, a los 17 años, pareció un futbolista escasamente atlético y con los pies demasiado pegados al suelo. Poco ágil, en definitiva. A diferencia de los futbolistas que flotan (Pablo Aimar, por seguir en River), el nuevo delantero abría surcos con los tacos.

A pesar de todo, Higuaín poseía algo que trascendía las consideraciones estéticas e incluso las estadísticas: el chico tenía influencia en el equipo y un finísimo instinto que no era estrictamente para el gol, sino para el juego. Aunque el muchacho se consolidó en River, su talento siguió sin ser evidente para todo el mundo. Lo fue para Mijatovic, que se lo llevó al Real Madrid por doce millones y le firmó un contrato por seis años y medio. Pipita acababa de cumplir los 19 años.

En el Bernabéu tampoco alcanzó el consenso. Era más sencillo enumerar sus defectos que sus virtudes. Y sigue sucediendo ahora. Todos estamos de acuerdo en que es lento e irregular frente al gol, pero nos contará coincidir en sus méritos: personalidad, valentía, solidaridad, visión global… El caso es que Higuaín se pasó siete temporadas de blanco, lo que señala la victoria indiscutible de los méritos sobre los defectos.

Sólo en el Nápoles se libró del rumor de los críticos. Allí encajó como el zapato en el pie de Cenicienta. La ciudad esperaba un profeta con acento argentino y el cuento de hadas se prolongó durante tres temporadas, con récord histórico de goles (36).

En la selección, sin embargo, aún no ha salido el sol. Su trayectoria continúa marcada por el gol que falló contra Alemania en la final del Mundial de Brasil. Más que equivocarse en el remate, erró en la aproximación. Se quedó solo y chutó (mal) en lugar de avanzar. Le pudo pasar a cualquiera, pero le sucedió a él. Los críticos aprovecharon entonces para editar las obras completas de sus errores de cara a la portería, los más notables vestido de albiceleste. Ayuda mucho señalar culpables en las frustraciones colectivas. Resulta librador desahogarse con sentencias de muerte: "Messi ya tendría un Mundial si no fuera por Higuaín".

Por fortuna, la piel del delantero es muy resistente. Nunca se ha doblegado ni a la supuesta autoridad de la mayoría ni a la pretendida autoridad individual. Jamás ha permanecido callado. En cierta ocasión, y en visita protocolaria a un medio de comunicación, hizo notar la siesta de uno de los jerarcas sentados a la mesa: “Me parece que a este señor no le interesa lo que estoy contando…”.  Tampoco ha cerrado la boca en sus conflictos con De Laurentiis, al que responsabiliza de su salida del Nápoles. En la semifinal de la Copa de Italia dio un paso más y señaló al palco de San Paolo después de marcar a su ex equipo: "La culpa es tuya, la culpa es tuya". El magnate enfureció, el estadio se encendió y el Pipita se quedó a gusto.

Lo último es que Higuaín, sin cumplir todavía los 30 (lo hará en diciembre), jugará la final de la Champions con la Juventus. No está mal para quien viaja con sobrepeso. No es poco balance para un jugador reñido con el gol. Alguien lo dijo, y si no lo dijo, debió decirlo: no hay mayor vulgaridad que lo evidente, nada más insustancial que lo que se mide en kilos.

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