Miyazaki, el mago de oriente

  • El maestro del 'anime' está de vuelta.
  • El autor de 'El viaje de Chihiro' estrena película. 
  • 'Ponyo en el acantilado' llega este viernes a las pantallas españolas.
  • Siete claves para entender a uno de los padres de Heidi y Marco.
Una imagen de 'Ponyo en el acantilado'.
Una imagen de 'Ponyo en el acantilado'.
Una imagen de 'Ponyo en el acantilado'.

En un número de la revista Time sobre 60 años de héroes asiáticos, Tim Morrison escribía: "Miyazaki es la suma de Disney, Spielberg y Welles más los paisajes de Monet y el conocimiento infantil de Roald Dahl".

Es difícil acusar a Morrison de exagerado al hablar de Hayao Miyazaki, creador de algunas de las más grandes obras maestras de la animación.

Aquí van siete claves para entender al cineasta y su última obra, Ponyo en el acantilado, que llega a España este viernes.

1. Heroínas. Aguerridas y sensibles

Las protagonistas de Nausicaä del Valle del Viento, El viaje de Chihiro o El castillo ambulante son ejemplos de heroínas jóvenes, generosas y valientes, pero también frágiles y tendentes al desánimo. Quizá se inspiren en la madre del director, una rebelde en la estricta sociedad nipona de la posguerra que inculcó al cineasta el hábito de la lectura.

2. Ecologismo. El hombre y la Tierra

La Jungla Tóxica de Nausicaä del Valle del Viento o los dioses de la naturaleza de La Princesa Mononoke muestran el ecologismo del japonés. Tifones y ríos descontrolados idealizan la rebeldía de un planeta degradado, mientras que los maravillosos paisajes de sus películas delatan una mirada mística hacia la naturaleza. Miyazaki viaja por el mundo cargado de acuarelas y cuadernos de dibujo para plasmar la naturaleza que ve: la veracidad de sus visiones es la de un extraordinario pintor.

3. Nostalgia. Mirando hacia atrás

"La nostalgia no es privilegio de los adultos: los niños también pueden sentirla". La adolescente de Nicky. La aprendiz de bruja no sólo añora su casa, sino también su niñez. La Takeo de Recuerdos del ayer, producida aunque no dirigida por Miyazaki, repasa sus recuerdos con melancolía desatada. "Cuando vives, pierdes cosas", dice Miyazaki, "es un hecho natural de la vida. La nostalgia nos define como humanos". Mi vecino Totoro es, quizá, su película más autobiográfica.

4. Optimismo. Propenso al final feliz

La rudeza de La princesa Mononoke o El castillo ambulante sugieren crudos finales que, a la postre, se nos endulzan. Inquirido por esta propensión al happy end, Miyazaki se defiende: "Soy pesimista, pero no quiero transmitírselo a los niños. Los adultos no debemos imponerles nuestra visión del mundo, porque ellos son capaces de tener su propio punto de vista".

5. Mitología. Fiel a las tradiciones

Bosques encantados, dragones voladores, brujas, árboles consagrados o dioses del mar y el fuego pululan por su imaginario. Las más de ocho mil divinidades del shinto, religión nacional japonesa, alimentan de deidades su cine. "No puedes hacer una película con lógica", dice, "o mejor dicho: cualquiera hace una película con lógica, cuando es el poder de la imaginación el que nos da herramientas para comprender lo que nos rodea". Entre algunos personajes memorables y fantásticos, citar el Gatobús de Totoro o el gigantesco robot de El castillo en el cielo.

Es el poder de la imaginación el que nos proporciona herramientas para comprender lo que nos rodea

6. Volador. Cacharros alados

Es rara la cinta de Miyazaki en la que no aparece algún artefacto o ser volador en el que se desplazan los protagonistas. Quizá el más memorable era el rojo hidroavión de Porco Rosso, su película más adulta. Durante la II Guerra Mundial (Mizayaki nació en 1941), el padre del cineasta trabajó en una empresa aeronáutica, propiedad de su tío, que fabricaba aviones de combate, lo que quizá explique su pasión por los medios de transporte voladores. Miyazaki reconoce que al principio de su carrera "sólo era capaz de dibujar aviones y barcos, nunca personas".

7. Manualidad. Animación clásica

En un mundo dominado por la infografía y el 3-D, las películas de Miyazaki nos devuelven a un estilo manual y tradicional. Aunque en La princesa Mononoke había algo de animación por ordenador, Ponyo en el acantilado recupera el trabajo de orfebrería.

Un museo para fanáticos

Una sesión de sumo o kabuki, un plato de sushi y, antes de que anochezca, acercarse a la creatividad de Hayao Miyazaki visitando el Museo Ghibli: un plan como otro cualquiera para una ciudad como Tokio.

Para llegar al museo, que abrió sus puertas en 2001, hay que coger uno de los muchos trenes que cruzan la capital nipona e ir a Mitaka, en un viaje de una media hora desde el centro. En el edificio, una especie de castillo extraído de alguna película del estudio, se agolpan bocetos, reproducciones de personajes, un cine en el que se proyectan cortos y una pequeña tienda donde gastar un buen puñado de yenes.

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