ÁNGELA MEDINA BELMAR
OPINIÓN

El 'squat' de los 'single men'

Refugiados en una imagen de archivo.
Refugiados en una imagen de archivo.
PABLO TOSCO/OXFAM INTERMÓN
Refugiados en una imagen de archivo.

Acabo de regresar de Atenas, la ciudad del Olimpo, de la diosa Atenea, hoy castigada por Zeus y maldita por Poseidón, que escupe de sus aguas cientos, miles de almas y los deja varados en la orilla de una playa, medio muertos o se los traga, según le venga en gana. La capital de Grecia es una ratonera para los sin papeles.

Me fui allí contagiada por la compasión con la que mi hija leía las noticias que contaban la "suerte" de los refugiados, ahíta como estaba de escuchar lo de "pobre gente". Un día me dijo que se iba a Grecia, a trabajar de voluntaria, de lo que fuera y yo me fui con ella. Atenas es un hervidero de voluntarios en verano, son legión, la mayoría jóvenes a los que, como a ella, les bulle la sangre de sus apenas veinte años y que de verdad se han creído eso de que este mundo es global, que no hay fronteras y que uno puede caminar por donde quiera, de un país a otro sin más valla que el aire. ¡Y una mierda! Con perdón. No basta con quererlo.

Allí, los voluntarios hacen piña en torno al refugiado con una fe que conmueve. Se dejan las uñas, literalmente, rascando una pared que algún día, si el dinero alcanza, será un comedor social. Otras ofrecen comida pagada de sus bolsillos, otras consuelo, sonrisa, abrigo… No tienen hiel, nunca es bastante, no les puede la impotencia ni escatiman en abrazos. Bien saben que no es mucho. Si pudieran cambiarían la ración de pan por un billete a Alemania, a Suiza… ¡Ay si pudieran!

En un mundo en que se dictan leyes sobre el bienestar animal y se establece el ancho y el largo para estabular el ganado, los refugiados se hacinan unos sobre otros en escuelas abandonadas, en hoteles abandonados en Atenas: los squats. El Jasmine, la Quinta Escuela, el City plaza, son guetos donde familias rotas esperan noticias de los suyos, del gobierno, de las mafias, ¡algo!, algo que venga a sacarlos de entre la mugre, a sacudirles el miedo y devolverles la dignidad.  Están atrapados sin remedio, privados del don más preciado: ir donde a uno le dé la real gana.

En los squats se come bazofia, se duerme arrojado en el suelo, se duerme y se duerme, se duerme y se fuma. No hay nada más que hacer, esperar.

En uno de estos squats, viven, dejados de su Dios, más de 120 hombres. Lo llaman el "Single Men". Allí, los rostros desencajados de los refugiados que se ven en las pantallas planas de nuestras casas toman nombre. Se llaman Jhamal, Assis, Nezar, Ahmed, Hanas… Ellos quieren aprender inglés, matar el tiempo que les corroe como veneno y detenerlo en una clase donde un puñado de voluntarios se acercan cada tarde a chapurrear con ellos la lengua de la Gran Bretaña, la llave para la libertad.

Pero Mahmoud no quiere aprender inglés, ¡dice que ya sabe! Lo que él quiere es aprender español. Tiene quince años y hace cuatro que no va a la escuela, cuatro que no ve a su madre. Quiere ser piloto de aviación. Después de que llegue a Alemania, donde le espera su familia, viajará a Madrid, no me preguntes por qué. Por eso aprende deprisa a saludar: "¿Cómo estás?, me llamo Mahmoud, encantado de conocerte, tengo 15 años…" Bueno, los números no se le dan muy bien. No quiere aprender gramática, ni hay tiempo, no le interesa conjugar los verbos, solo "buenos días", "buenas tardes" y dar las gracias, siempre gracias.

Dos voluntarias se afanan con él, enseñándole la lengua hispana a contrarreloj. Van vestidas con ropa de faena, con gotazos de pintura en el pelo y oliendo a aguarrás. Vienen de echar el jornal completo en el edificio de la plaza Victoria, un proyecto de SOS Refugiados, una organización española que echa el resto rehabilitando una torre de Babel para cobijo de inmigrantes. Empalman la brocha con el lapicero y enseñan, sin una queja, su lengua materna al niño sirio que sueña con ser aviador, como el del principito.

Mahmoud se sienta aplicado entre ellas, yo diría feliz, inflado como un pavo, al fin al cabo es un adolescente y las chicas lucen pantalón corto y larga melena.

¿Qué será de Mahmoud? Te lo voy a decir yo: en el mejor de los casos, aunque logre escapar del squat de los single men y de esa ratonera que se llama Atenas y llegar a la tierra prometida de Merkel, aunque logre escolarizarse y recuperar el tiempo perdido y algún día, quiéralo Dios, ser piloto de aviación, será siempre un refugiado. No podrá olvidar nunca el olor que se respiraba en el squat, le vendrán siempre a la boca las náuseas de los retretes pegados a la cocina, no se podrá quitar nunca de encima el miedo a las bombas, ni el pánico que le atenazaba subido en aquella patera que partió de Turquía… Porque no sabía nadar.

Será siempre un mutilado de guerra, pensará que tiene lo que se merece, que vivir como ganado estabulado en un corral a la espera de llevarlo a otro sitio es su suerte, que es cosa de Alá que otros decidan su destino y qué hacer con sus quince años. ¡Por Dios, hagamos algo! ¡Si es solo un niño! No es diferente a nosotros. ¡Si venimos todos del mismo Adán, nuestro abuelo era aquel homosapiens, tenemos todos sangre africana!

Dejemos de una vez de conjugar el "yo, mi, me, conmigo" y hagamos hueco. ¡Hay sitio de sobra! ¿A qué viene ese miedo? Arrimemos las sillas, juntémonos un poco que aquí cabemos todos.

Desgraciadamente el mundo está lleno de San para mis y los demás que se jodan, pero ¿sabes qué Mahmoud? Que arrieritos somos y en el camino nos encontraremos. La vida, créeme, da muchas vueltas.

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